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Hacia el fin de la partidocracia

Alberto Vargas Peña (F. Libertad) 

22 de setiembre de 2000

  

La partidocracia, o gobierno de los partidos , ha conducido , en todas partes, lo que quiere decir que sus consecuencias son inherentes al sistema, a la corrupción de la burocracia, el sobre dimensionamiento, la ineficacia, la perversión de la Justicia, la bancarrota y la pauperización sistemática.

La democracia no depende de la existencia de partidos políticos, tal como se quiso hacer creer o se creyó inocentemente, en la segunda mitad del siglo XX. Depende de la ciudadanía que consciente de sus intereses individuales, se reúne en ciertas ocasiones para determinar quien ha de administrar el bien público, con qué limitaciones y para qué objetivos.

La democracia requiere ciudadanos que piensan en la nación entera, mientras que la partidocracia requiere clientes que apoyan invariablemente a cúpulas eternizadas que defienden intereses sectarios.

La creación de partidos políticos estables es imposible de impedir en una democracia, pero la conversión de la democracia en partidocracia si es posible impedir. Las leyes electorales son el instrumento para impedir que una democracia caiga en la partidocracia.

¿Por qué – es menester decirlo – la partidocracia tiene las consecuencias que he señalado y se han dado en todas partes en donde ha surgido? Por que para convertir una democracia en partidocracia es menester que se imponga la representación proporcional y sean los partidos el intermediario entre el pueblo y sus gobernantes.

Cuando eso sucede, los partidos se lanzan a la conquista del gobierno y para conseguirlo o sostenerse en el practican inevitablemente el clientelismo, que luego infla la burocracia , la que se torna ineficiente y, también inevitablemente, corrupta.

Como es indispensable la impunidad del procedimiento, la partidocracia busca y consigue instrumentar la Justicia. Cuando obtiene ese objetivo, está en condiciones de depredar los bienes públicos, con lo que crea el déficit fiscal, que obliga entonces al aumento sistemático de los impuestos, que ataca la iniciativa privada y destruye el ahorro, lo cual empobrece al pueblo.

El problema no es leve ni benigno y con la consolidación de la partidocracia los políticos, en su inmensa mayoría, contemplan la imposibilidad de trascender sino a través de los partidos y la genuflexión ante sus cúpulas; entonces como quiera que el partido se ha convertido en el único camino para acceder al poder, los políticos defienden el sistema con uñas y dientes.

Dentro de la partidocracia, no hay reforma de fondo posible; solo maquillajes que no tendrán otro resultado que conceder al pueblo un lapso pasajero de alivio.

La economía es la primera que sufre, porque la partidocracia no puede sino ser dirigista. La libertad económica repugna a la partidocracia, y por tanto no es posible lograr el desarrollo sostenido y estable dentro de ese sistema. Las continuas crisis que ha vivido el mundo son consecuencias derivadas del sistema político. A mayor partidocracia, mayor subdesarrollo.

Los pueblos están despertando a la realidad porque la globalización, la Internet, el individualismo resultante del “negocio en casa”, los ordenadores personales y las comunicaciones ultrarrápidas han roto las fronteras del “Estado” para abarcar el planeta, y van conociendo las raíces del problema. Las partidocracias necesitan de las fronteras y el proteccionismo y como estos elementos están desapareciendo barridos por la tecnología, ellas también tocan a su fin.

        ¿Cómo acaban las partidocracias? Con la vigencia de las leyes electorales descentralizadoras y uninominales. Por eso sostengo que el desarrollo pasa por una reforma sistémica: Hay que acabar con la partidocracia e implantar la democracia, si deseamos realmente salir de la pobreza y el estancamiento. 

 

 

    

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