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El límite del gasto

Alberto Vargas Peña (F. Libertad)

22 de mayo de 2001

 

          ¿Dónde se perdió la democracia? ¿En que momento fue que el individuo volvió a entregar su soberanía a los gobernantes, ahora disfrazados como “estado”? Yo creo que fue en el instante mismo en que permitieron que el gobierno dejara de tener límite en los gastos.

Un mandato es tal cuando es limitado, cuando el mandante señala las condiciones y las impone y el mandatario  no tiene la menor posibilidad de desobedecer. Cuando el mandatario deja de tener límites y puede ejercer el mandato a su albedrío, se convierte en soberano. Las sangrientas revoluciones que terminaron con el absolutismo, perdieron la batalla cuando permitieron que se les escamoteara el poder mediante el presupuesto.

Es obvio que cuando no hay límites para el gasto, tampoco lo puede haber en la contribución, y si el contribuyente deja de tener control sobre lo que contribuye, deja de ser contribuyente para ser súbdito.

La transformación de la democracia en la partidocracia y de esta en la autocracia se basó en dos pilares; en la ley electoral que estableció la representación proporcional de listas generales, y en los presupuestos sin límite de gastos. Gracias a estas dos palancas los individuos, momentáneamente triunfantes, se entregaron al “estado” atados de pies y manos.

La revolución futura y cercana, ya no se hará contra un déspota, puesto que el despotismo tiene hoy una cara casi multitudinaria; se hará contra el presupuesto, que es el instrumento más eficaz del despotismo. La lucha será por establecer límites muy fuertes al mandato y, sobre todo, límites insuperables a la contribución y al gasto.

Creo que la revolución libertaria no se debe quedar en el análisis de si la, acción privada es mejor que la acción pública; debe ir mucho más allá e imponer la acción privada sobre la pública mediante una valla infranqueable que establezca cual es el límite de la contribución y el gasto. La sola representación no puede, está visto, resolver el problema del avance del autoritarismo sobre la propiedad privada, al contrario, cuanto más democracia parece haber, más despótica es la cuestión del gasto y la contribución.

Si la sola representación no puede resolver el problema, hay que buscar, y encontrar nuevas formas para impedir el crecimiento del gobierno, el crecimiento de su autoridad, el crecimiento de su posibilidad de gastar o exigir contribuciones cada día mayores. Montesquieu afirmaba, en el Espíritu de las Leyes, que el presupuesto sería el freno suficiente para el avance de los gobiernos; se equivocó porque creyó que la representación popular bastaría; no se imaginó jamás que una vez convertida la democracia en partidocracia, la representación sería el instrumento del despotismo y no su dique de contención.

Creo que la democracia representativa ha fracasado en su objetivo de garantizar a los individuos la libertad, la vida y la búsqueda de la felicidad. Tal vez con las nuevas tecnologías sería posible una verdadera democracia participativa, pero el voto mayoritario tampoco es garantía de freno de la autocracia. La nueva revolución que se avecina, tendrá que encontrar la forma de establecer los límites al gasto y la contribución e idear un sistema adecuado para garantizarlos y defenderlos.

    

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