¿Dónde se perdió la democracia? ¿En que momento fue que
el individuo volvió a entregar su soberanía a los gobernantes,
ahora disfrazados como estado? Yo creo que fue en el instante
mismo en que permitieron que el gobierno dejara de tener límite en
los gastos.
Un
mandato es tal cuando es limitado, cuando el mandante señala las
condiciones y las impone y el mandatario
no tiene la menor posibilidad de desobedecer. Cuando el
mandatario deja de tener límites y puede ejercer el mandato a su
albedrío, se convierte en soberano. Las sangrientas revoluciones
que terminaron con el absolutismo, perdieron la batalla cuando
permitieron que se les escamoteara el poder mediante el presupuesto.
Es
obvio que cuando no hay límites para el gasto, tampoco lo puede
haber en la contribución, y si el contribuyente deja de tener
control sobre lo que contribuye, deja de ser contribuyente para ser
súbdito.
La
transformación de la democracia en la partidocracia y de esta en la
autocracia se basó en dos pilares; en la ley electoral que
estableció la representación proporcional de listas generales, y
en los presupuestos sin límite de gastos. Gracias a estas dos
palancas los individuos, momentáneamente triunfantes, se entregaron
al estado atados de pies y manos.
La
revolución futura y cercana, ya no se hará contra un déspota,
puesto que el despotismo tiene hoy una cara casi multitudinaria; se
hará contra el presupuesto, que es el instrumento más eficaz del
despotismo. La lucha será por establecer límites muy fuertes al
mandato y, sobre todo, límites insuperables a la contribución y al
gasto.
Creo
que la revolución libertaria no se debe quedar en el análisis de
si la, acción privada es mejor que la acción pública; debe ir
mucho más allá e imponer la acción privada sobre la pública
mediante una valla infranqueable que establezca cual es el límite
de la contribución y el gasto. La sola representación no puede,
está visto, resolver el problema del avance del autoritarismo sobre
la propiedad privada, al contrario, cuanto más democracia parece
haber, más despótica es la cuestión del gasto y la contribución.
Si
la sola representación no puede resolver el problema, hay que
buscar, y encontrar nuevas formas para impedir el crecimiento del
gobierno, el crecimiento de su autoridad, el crecimiento de su
posibilidad de gastar o exigir contribuciones cada día mayores.
Montesquieu afirmaba, en el Espíritu de las Leyes, que el
presupuesto sería el freno suficiente para el avance de los
gobiernos; se equivocó porque creyó que la representación popular
bastaría; no se imaginó jamás que una vez convertida la
democracia en partidocracia, la representación sería el
instrumento del despotismo y no su dique de contención.
Creo
que la democracia representativa ha fracasado en su objetivo de
garantizar a los individuos la libertad, la vida y la búsqueda de
la felicidad. Tal vez con las nuevas tecnologías sería posible una
verdadera democracia participativa, pero el voto mayoritario tampoco
es garantía de freno de la autocracia. La nueva revolución que se
avecina, tendrá que encontrar la forma de establecer los límites
al gasto y la contribución e idear un sistema adecuado para
garantizarlos y defenderlos.
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