LA DEBIL
DEMOCRACIA PARAGUAYA
Alberto Vargas Peña (miembro de la Fundación Libertad)
Algunos pensadores y periodistas que se ocupan de examinar la
situación política de Latinoamérica, hablan de "las débiles democracias".
Una de ellas, tal vez la más débil, o quizá la dictadura mejor disfrazada, es la
paraguaya.
A la vista de lo que sucede hoy en el país uno se pregunta si hay o
hubo democracia a partir del golpe militar de 1989, que derribó al gobierno de Alfredo
Stroessner.
Desde el 3 de febrero de 1989 hay libertades públicas en el Paraguay,
totalmente respetadas desde esa fecha hasta marzo de 1999. A partir de marzo de 1999, hay
en el Paraguay presos políticos y torturados; hay persecución sectaria por causas
políticas pero se mantiene la libertad de prensa, aunque gravemente atacada por un
mecanismo político/judicial que busca, por todos los medios, atemorizar a periodistas o
silenciarlos.
La democracia se perdió en 1992 cuando fue sancionada la
Constitución, que en su artículo 118 consagra la "representación
proporcional".
En ese momento se instauró el sistema partidocrático de gobierno. La
partidocracia condujo a que los máximos dirigentes partidarios pudieran establecer un
"pacto de gobernabilidad" para, por medio de dos instituciones constitucionales,
el Consejo de la Magistratura y el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, un absoluto
control del Poder Judicial.
Este mismo pacto aseguró el control del Congreso. De inmediato la
partidocracia se convirtió en dictadura de las cúpulas, un proceso similar al
venezolano.
Como el Tribunal Superior de Justicia Electoral obedece a los mismos
mecanismos de composición y origen, quedó subalternizado también, con lo que el
círculo quedó cerrado. En el Paraguay no hay pues "democracia débil".
Simplemente no hay democracia.
La Corte Suprema de Justicia obedece órdenes; el Tribunal Supremo de
Justicia Electoral también. Y el Congreso, organizado sobre la base de listas cerradas
compuestas por leales a las cúpulas, hace lo que indican sus patrones.
Como la democracia es un sistema de frenos y contrapesos, al no existir
éstos, ella tampoco existe.
La rebelión popular que indefectiblemente sobrevendrá, con o sin
apoyo militar, tendrá el carácter reivindicativo de la democracia y no el deseo de
abolirla; no se puede abolir lo que no hay.
Está claro que los que analizan la situación de los países de la
América Latina no han examinado las causas de la inexistencia de la democracia real y
solamente han mirado la superficie, tomando casi siempre el rábano por las hojas.
Han hablado de la pobreza, de la debilidad de las cajas fiscales, de la
deshonestidad y otras consecuencias, y no han dirigido una sola mirada a los perniciosos
mecanismos establecidos, como con inocencia, en los textos constitucionales.
En el Paraguay la Constitución de 1992 es la responsable del ocaso de
la democracia y la situación actual.