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Justicia universal

Alberto Vargas Peña (F. Libertad) 

16 de enero de 2001

 

Se habla y se pide que exista una justicia universal para examinar los crímenes contra los derechos humanos –derechos del hombre y el ciudadano – y, en su caso, sancionarlos. Se trata de una justicia que tendría jurisdicción y competencia planetarias, de la cual no podría escapar ningún violador de los derechos humanos, aún cuando haya cometido sus desmanes en Groenlandia, Tanzania o Paraguay.

O Estados Unidos de América. Si la justicia ha de ser tal, no tiene que haber países excepcionales ni territorios de santuario.

La justicia universal comenzó a tener andamiento practico con las acciones del juez Baltasar Garzón contra el Gral. chileno Augusto Pinochet, el cual sufrió prisión en Inglaterra por la acusación de haber cometido crímenes, como gobernante, en su propio país.

Alfredo Stroessner, ex dictador paraguayo está siendo procesado, aunque todavía débilmente, en tribunales del Brasil. La justicia italiana juzga a argentinos por crímenes ocurridos en Argentina. Pero nadie procesa a funcionarios estadounidenses por las políticas intervensionistas del gobierno de los Estados Unidos en países independientes, cuyas consecuencias han sido, directamente, la violación grosera y sistemática de los derechos humanos.

El Sr. Peter Romero, pronto ex Subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos del gobierno de los Estados Unidos de América llevó adelante políticas que condujeron a la desaparición de la democracia paraguaya en marzo de 1999, a la persecución de políticos afectos a una parcialidad política – entre ellos diputados y senadores – al asesinato – caso Coco Villar – y las torturas- caso senador González Quintana y militares procesados por la farsa del 18 de mayo del 2.000.

Está claro que Peter Romero es responsable de lo sucedido en Paraguay por su directa intervención, desde el momento en que trató de frenar la elección de un candidato a presidente – “este hombre no tiene credenciales democráticas” – pasando por las intervenciones de su embajadora Maura Harty, la conspiración que creó un misterio acerca de la muerte del Dr. Luis María Argaña y de los crímenes de la Plaza del Congreso.

Es responsable además por las persecuciones desatadas inmediatamente después de la renuncia forzada del cobarde Ing. Raúl Cubas Grau, presidente constitucional de la República; por las torturas infligidas a los presos políticos; por la muerte alevosa de Coco Villar asesinado en su propia casa acusado de un crimen que no cometió; por las violaciones groseras a la Constitución paraguaya llevadas adelante con el visto bueno y el apoyo de Stephen Mc Farland y por la usurpación de la presidencia de la República por Luis Ángel González Macchi.

Estos crímenes contra la democracia y los derechos humanos colectivos e individuales no pueden quedar impunes solamente porque el Sr Peter Romero es funcionario estadounidense. Si los Estados Unidos dicen ser la potencia que defiende la democracia, la libertad y los derechos humanos, tienen que admitir que sus funcionarios culpables de atentar contra estos principios sean juzgados por tribunales internacionales, como cualquier dictador latinoamericano.

         Si la justicia ha de ser universal, tiene que incluir a los gobernantes del todo el mundo que cometan crímenes contra los derechos humanos. Incluido a los Estados Unidos de América, país al cual nadie le dio el derecho de intervenir en naciones independientes para forjar dictaduras.

    

  

    

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