Lo
ideal para una sociedad democrática que pretende ser desarrollada
es que el gobierno sea limitado y que no haya regulaciones a su
economía. Cuando se habla de economía libre o sin regulaciones se
habla del mercado libre, solamente sujeto a las reglas de la
competencia.
El
gobierno limitado no solamente debe reconocer fronteras insalvables
en cuanto a poder, sino en cuanto a su capacidad de crecer mediante
la aplicación de la contribución obligatoria. El nivel general del
impuesto no debe superar el 15% en ningún caso, y lo ideal es que
se detenga en el 10%.
Con
esa contribución general el gobierno debería ser eficiente, en lo
referente a la administración de sus fondos y el cumplimiento de
sus fines que son, básicamente, la seguridad interna y externa de
la sociedad.
La
economía libre implica además que el desarrollo se dé donde el
mercado lo impulsa y no donde los funcionarios o los voluntaristas
lo desean.
Se
puede progresar sobre la base de la agricultura, la industria, el
comercio, la prestación de servicios. Lo que no se debe es
favorecer ninguna actividad a expensas de otras con medidas que
tergiversen el mercado.
El
impuesto debe ser universal y único, porque mediante su aplicación
es posible tergiversar el comportamiento ciego e infalible
del mercado, y el impuesto ideal, entonces, sería el diezmo, es
decir, el pago de un 10% de todos los ingresos de todos los
habitantes. Este impuesto hoy es de aplicación imposible, pero para
los efectos del desarrollo económico será beneficioso todo lo que
se aproxime a ese concepto.
Cuantos
más bajos sean los impuestos y más fáciles de comprender y
recaudar, mayores posibilidades tendrá la sociedad de
desarrollarse, sobre todo cuando está subdesarrollada. Es falso que
los países subdesarrollados requieran mayor actividad del gobierno
en la economía.
En
realidad, se sale del subdesarrollo haciendo precisamente lo
contrario.
Si
esto es cierto, y lo es porque la experiencia mundial lo ha
demostrado una y otra vez a lo largo de la historia, prácticamente
desde Akenatón hasta nuestros días, aunque hay que decir
que jamás se llegó al ideal de la libertad absoluta, entonces los
paraguayos no estamos equivocando una y otra vez en la búsqueda de
las soluciones para la crisis que vive el país, cuyo origen es el
dirigismo y autoritarismo gubernamental.
Las
épocas de florecimiento de la economía paraguaya coinciden con las
de mayor libertad, mientras que las épocas de crisis coinciden
exactamente con las de mayor dirigismo.
Esto
demuestra, y se puede hacer una estadística desde 1811 a esta
parte, que la paraguaya no es una sociedad diferente a ninguna otra
en el mundo, y que las reglas que rigen para el mundo rigen también
para los paraguayos.
Los
actores económicos paraguayos, educados en la subordinación a una
autoridad que se les enseñó que es sagrada, caen una y otra
vez en la equivocación de pensar en que las concesiones a la
voracidad fiscal forman parte de la solución a sus problemas cuando
es todo lo contrario.
Hay
que eliminar la voracidad fiscal mediante un sistema institucional
que limite al gobierno y su capacidad de crear nuevas
contribuciones.
Es
el gobierno creciente, el enemigo del desarrollo y no al revés. La
pobreza es resultante del crecimiento del gobierno, y no lo
contrario. Jamás gobierno autoritario alguno pudo eliminar la
pobreza, como lo ha hecho, en todas partes, la libertad.
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