Publicado
como editorial del diario La Nación de Asunción
El
Paraguay ya no puede seguir como hasta ahora. Esta es una verdad
evidente, un axioma. Con un tercer año de decrecimiento, el país
marcha hacia la miseria en forma progresivamente acelerada.
La anhelada reactivación económica no puede producirse
dentro de la institucionalización actual, porque depende de la
inversión, y la inversión acude solamente a los países que
otorgan seguridad jurídica y estabilidad política.
Hay que reformar al Estado paraguayo, pero existe una
resistencia enorme a los cambios debido a varias razones: La
resistencia de los prebendarios; la resistencia de los políticos
que perderán sus privilegios dentro
de
un marco de democracia real; la resistencia de la ignorancia y, por
fin, la
resistencia de la gente que sospecha, con todo fundamento,
que este gobierno
ilegítimo y usurpador utilizará la necesidad de las
reformas para hacer las trampas que acostumbra.
Si la necesidad es vital y la resistencia tan grande ¿cuál
podría ser la salida? ¿Llevar adelante las reformas a toda máquina,
pese a toda resistencia? ¿Dejar de hacer las reformas a causa de la
resistencia? Se trata, como se ve , de un dilema de hierro.
Si se hacen las reformas a tambor batiente corren el riesgo
de fracasar y si no se las hace, el país seguirá hundiéndose en
la miseria hasta el punto de no poder salir más. La resistencia a
las reformas tiene un punto fuerte. Este gobierno no es creíble ni
tiene legitimidad para hacerlas.
Ruth Richardson dijo que la cuestión de la legitimidad es un
simple pretexto para no hacer las reformas, pero ella pertenece a un
mundo que jamás vivió en la ilegitimidad. Ella no podría hablar
en Nueva Zelanda, de nada, sin estar legitimidad por el voto del
pueblo.
Aquí, es diferente. Si las reformas se hacen sin legitimidad
el pueblo no las respaldará, y como para salir del pozo son
necesarios muchos sacrificios, el respaldo del pueblo es
indispensable. Las reformas son indispensables, y el respaldo del
pueblo a las reformas también. La única salida son las elecciones
generales o, por lo menos, un referendum. No cuesta nada explicar lo
que se quiere hacer; para que se lo quiere hacer; cómo se lo quiere
hacer y que se requiere para ello, y demostrar que por esa vía la
economía crecerá y los problemas se irán resolviendo
adecuadamente.
Y preguntarle al pueblo si está de acuerdo o no con el
proyecto.
Una vez que el pueblo vote SI en un referendum las reformas
estarán legitimadas y podrán ser llevadas a cabo sin resistencia.
El Congreso ya no es referente válido para otorgar legitimidad a
las reformas, porque nadie confía en su criterio, ni en su
honestidad ni en su representación. A las reformas hay que
legitimarlas directamente, y la única vía directa es el referéndum.
El referendum también demostrará el verdadero poder de los
sindicatos, que hoy alardean de algo que la experiencia demuestra
que no tienen: el respaldo electoral popular. Y pondrá punto final
a un pleito que ya ha durado demasiado, perjudicando a todo el país.
Si
se quiere acabar con la resistencia a las reformas y resolver el
problema de una buena vez, hay que preguntarle al pueblo que opina
sobre el caso.
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