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Convicciones y etiquetado

Alberto Vargas Peña (Fundación Libertad)

09 de junio de 2000

  

En el Paraguay es extremadamente difícil tener convicciones firmes y  más difícil aún es defenderlas; uno cae de inmediato en la calificación a priori y es etiquetado de una forma casi indeleble. Si uno defiende a una persona acusada de algo y exige que se le siga el debido proceso de que habla la Constitución, uno no está defendiendo la Justicia en el Paraguay sino que está defendiendo a esa persona.

Y si esa persona ya ha sido condenada por quienes manejan la opinión pública, entonces uno queda satanizado como el condenado por presunción.

Yo tengo una larguísima experiencia en este campo. De joven sostuve en La Libertad, el semanario político del Partido Liberal que me tocó dirigir desde 1963 hasta 1966 que los opositores de entonces no querían la destrucción del sistema dictatorial sino la del dictador con el único objetivo de reemplazarlo y seguir usufructuando el sistema; fui calificado de inmediato como “stronista”.

Hoy que los hechos me han dado largamente la razón, hay periodistas que todavía me califican como entonces.

Cuando realice una campaña contra el sistema comunista – que dije que no era sino una copia al carbón del sistema nazifascista o al revés – nadie, en la prensa ignorante de aquel entonces, cayó en la cuenta que estaba citando a Winston Churchill en algo que luego sería magistralmente corroborado por François Furet.

Me convertí en macartista, a pesar de haber sido un crítico tenaz del senador Mc Carthy y de sus métodos. Los hechos me dieron la razón y el sistema comunista se derrumbó por su propia contradicción, pero todavía hay quienes me acusan de macartista.

Mis críticos, mientras tanto, giraban como peonzas, yendo del comunismo al liberalismo, y ahora se agitan en un fascismo descarnado, pidiendo las cabezas de quienes no piensan como ellos. Apenas encaramados al poder, se han convertido en feroces cazadores de brujas y algunos incluso reclaman sin recato la hoguera y el paredón para los que se les oponen.

He defendido al Gral. Lino César Oviedo, no porque coincidiera en lo más mínimo con sus ideas o con sus causas, sino porque ha sido objeto de una

injusticia flagrante. Se le ha acusado y condenado en base a un proceso completamente viciado, y aún ahora se le persigue por un crimen que nadie sabe si se cometió o no, mediante un proceso tan plagado de falsedades y mentiras que se ha convertido en sainete. Y a raíz de eso me he convertido en oviedista.

¿Piensa todo el pueblo así? Por supuesto que no; así piensa una especie de sub clase que se considera a sí misma como la “elite intelectual”  del país, y que necesita cerrarse en logias para auto elogiarse, combatiendo salvajemente a todo lo sea diferente, con las armas más viles y despreciables.

El pueblo paraguayo piensa bien y actúa bien; lamentablemente todo su esfuerzo queda en aguas de borrajas cuando aparece esta supuesta “elite” y, por la fuerza y su dinero, se queda con el protagonismo. Desde 1936 que estamos en eso y desde 1936 que fracasamos en forma sistemática.

Las convicciones firmes y la decisión de sostenerlas a toda costa son peligrosas en el Paraguay. Conducen al etiquetado y enseguida a la satanización.  Yo lo sé por experiencia.

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