LOS INDICADORES DEL FRACASO
Alberto Vargas Peña (miembro de la Fundación Libertad)
A los economistas les encanta medir las cosas. Han encontrado múltiples maneras de medir
las economías nacionales, pero siempre partiendo de la base de las cuentas del estado, o
mejor dicho, del gobierno. El estado es una entelequia para mí, no existe.
Existe el país que es el territorio que alberga a una nación; existe la
nación, que son los habitantes que ocupan un país y existe el gobierno, que es la
representación de la voluntad de esa nación. Dicen que el estado es la organización
jurídica de una nación, y entonces el estado comprendería la Constitución, las leyes,
el gobierno y el propio pueblo. Cualquiera sea la definición que se elija, las cuentas
del estado no existen; existen las cuentas del gobierno. ¿Acaso la Constitución puede
tener cuentas?
Ocurre que las cuentas del gobierno no son las cuentas de la nación. Son solamente la
representación de la caja fiscal y que el gobierno sea rico o pobre no significa que el
pueblo se encuentre bien o mal. Los economistas hasta ahora no han encontrado la forma de
medir las cuentas del pueblo.
La gente sabe medir su propia economía, y percibe que algo anda mal cuando conversa con
sus iguales y escucha las quejas que coinciden con las propias. Si es un asalariado, el
primer campanazo de alerta lo da el hecho de llegar a fin de mes exangûe, sin un centavo
para poder ahorrar. Enseguida, si la crisis persiste, se queda sin fondos cada vez más
cerca de la mitad del mes que del final. Y entonces en lugar de ahorrar tiene que
endeudarse.
Si se trata de un empresario, el horror comienza cuando llega el fin del
mes y no tiene el dinero suficiente para pagar salarios. Sus libros todavía no reflejan
el desastre, pero el hecho de
tener que acudir a un banco a prestar dinero para pagar salarios ya le muestra claramente
que pisa terreno falso. Cuando ambos, en sus respectivos círculos comprueban que no se
trata de una falencia
individual sino que es algo que está afectando a todos, ve que la economía en general se
está resintiendo. Entretanto los economistas vociferan que la macroeconomía está
bien.
Cuando la gente comienza sentirse económicamente apretada, reduce gastos. El asalariado
comienza por evitar las diversiones y después deja de pagar puntualmente sus cuentas, las
posterga. Si el problema continúa, deja de pagarlas. Cuando no puede pagar el colegio de
sus hijos, o las compras del mercado, comienza a desesperarse. El empresario primero
recorta los gastos publicitarios; luego deja de pagar los impuestos, y por fin, comienza a
atrasarse en los salarios. Y entonces los asalariados, a quienes ya no les alcanzaba el
salario que cobraban, se encuentran pero, porque ya no cobran.
Esos son los verdaderos indicadores del fracaso de un gobierno. No los presentados por un
banco central experto en maquillaje. Mientras los economistas divagan sobre los
indicadores que todavía no reflejan la situación real, la gente comienza a estar
descontenta.
¿Cuándo los indicadores ordinarios señalan el problema? Cuando el gobierno ya no
recauda lo suficiente. No lo atribuyen nunca a la crisis ya instalada sólidamente, sino a
la mala fe de los empresarios. Y pierden un tiempo precioso. Y entonces los indicadores ,
poco a poco,
van mostrando la cara de la crisis, que ya es seria.
¿Y como pretenden resolver el problema? Tratando de recomponer la caja fiscal.
Organizando operativos con el fin de cobrar más impuestos. Legislando
equivocadamente levantando los niveles impositivos. Y así la crisis, de peligrosa que
era, se convierte en catastrófica.
Si los gobiernos no son capaces de leer los indicadores del fracaso,
terminarán tragados por las crisis. |