En
el fondo, el problema económico paraguayo es sencillo de describir.
Su sociedad no crea suficiente riqueza para auto sustentarse. Con un
crecimiento vegetativo real del 3.5% anual, acumulativo, su población
aumenta tres veces más que su producto interno. De este modo, cada
año, ingresan al desempleo, la desesperación y el empobrecimiento,
aproximadamente unos sesenta mil jóvenes. Esta es la ecuación de
la pobreza que hay que revertir. La solución es aparentemente fácil.
La economía paraguaya debe crecer un 10% anual acumulativo durante
por lo menos una década para salir de la pobreza.
Lo
grave del caso es que en el Paraguay nadie quiere atender a la razón
ni a lo razonable. Hay países que estando en la misma situación
han logrado crecimientos substantivos. Corea del Sur, Taiwán,
Singapur y Hong Kong lo han logrado la década anterior y China, en
las regiones libres, lo está logrando ahora. Shanghai crece a un
12% anual cómodo. Sin embargo, las fórmulas aplicadas en esos países
y regiones no sirven según los protagonistas del quehacer
paraguayo, que se encuentran enfrascados en una lucha tenaz para ver
quien propone la idea más absurda.
Los
paraguayos creen que la agricultura salvará al Paraguay, pero
creen que la agricultura significa dejar que la tierra produzca
sola. Entonces, cuando la tierra produce poco y mal, piden auxilio
del Estado para que se le garanticen precios imposibles. Como no
pueden conseguir los precios solicitados, comienzan a pensar en la
destrucción del mercado. Y así, hasta las calendas griegas.
La
agricultura podrá salvar al Paraguay en la medida que se
competitiva; de otro modo no lo hará. Si una cebolla
paraguaya no resulta igual de buena que una argentina y más barata
por estar más cerca, no habrá
poder humano que haga que se pueda vender.
La
solución del problema se encuentra en la liberalización total de
la economía. Su desregulación y una acción estatal para dotar de
infraestructura a las regiones productoras, con el objetivo de
abaratar el costo-país. Esto, que en el papel parece fácil, ni lo
ha sido en ninguna parte, y en el Paraguay es casi imposible.
Baste
un dato: Con lo que los funcionarios públicos han robado desde 1989
a esta parte, se hubiera podido dotar de rutas asfaltadas a todas
las capitales departamentales y caminos de todo tiempo a todos los
centros productores, haciendo que el endeudamiento público pudiera
ser fácilmente pagado.
Como
quiera que el Paraguay es una partidocracia, el latrocinio es impune
y todo está organizado para que permanezca absolutamente incólume.
¿Puede
el Paraguay, todavía, ser un país viable?
Teóricamente si puede; en la práctica, si se ha de analizar
la cuestión con
racionalidad y objetividad, no. Es decir, si varían las
condiciones el Paraguay puede salir del pozo y continuar siendo
independiente; si no varían y no hay visos de que puedan variar
dada la supuesta elite existente no.
El
problema económico tiene solución, pero el problema político, que
es el que determina si las medidas que tiendan a dar solución serán
tomadas, aparentemente es insoluble. En la situación paraguaya
actual, los pensadores racionales en el mundo pensarían en una única
salida: La revolución.
¿Por qué la revolución? Porque es la única forma de desatar el
nudo gordiano y hacer borrón y cuenta nueva. Pero tampoco esa
solución está al alcance de los paraguayos.
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