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LA HORA DE LA DESILUSIÓN

Alberto Vargas Peña ( miembro de la Fundación Libertad)

Publicado como Editorial en el diario La Nación

Este diario había alertado, desde el mismo día de su primera aparición, en sus editoriales, en las Cartas del Director y en la columnas firmadas acerca del peligro que entrañaba la posible desilusión del pueblo con el sistema democrático de gobierno a raíz de la manifiesta incompetencia y la mala fe, la deshonestidad y la arrogancia de los gobernantes.

También se insistió, una y mil veces, en la necesidad del respeto irrestricto a los resultados electorales, a la Constitución y la ley, para que el pueblo se sintiera seguro y gusto con la democracia.

Se puede afirmar que desde 1989 hasta 1992 se vivió una especie de democracia incompleta, tutelada, no institucionalizada, que el pueblo comprendió cabalmente. La libertad recuperada era bastante y se admitía un período de "transición" que conduciría a la democracia real que todos anhelaban y esperaban, desde mucho antes del 3 de febrero de 1989.

La primera desilusión sobrevino con las elecciones a la Convención

Nacional Constituyente, una componenda para admitir a todos los partidos políticos, en la creencia que había que otorgar un asiento rentado a quienes no tenían ninguna representación popular.

Si el primer episodio de la desilusión fue el del apoderamiento de las dietas del Congreso por los nuevos protagonistas del quehacer político, la gran interrogante acerca de las posibilidades de establecer una democracia real apareció durante la discusión de la nueva Constitución, que no fue sino el resultado de una componenda que creó mecanismos contrapuestos que no podían funcionar y que llevaban en sí el germen de una nueva dictadura.

El gobierno de Wasmosy, que comenzó con dos fraudes electorales sucesivos, dio paso a la duda acerca de la democracia en el Paraguay. El pueblo, contemplando el cotidiano despojo y la falta de funcionamiento de las instituciones creadas para controlar el accionar del gobierno, comenzó a descreer en el sistema, en lugar de atribuir la responsabilidad a los hombres que lo pervirtieron.

La Nación fue el único diario que definió claramente la situación y predijo lo que hoy se vive: El pueblo ya no cree en la democracia.

El fraude electoral; la prebendarización de la Justicia; el sometimiento

del Congreso y su posterior endiosamiento, todo fue orquestado y manejado por un grupo de personas, de distinto color político, pero de idéntico pensamiento autoritario, prebendario, deshonesto, rapaz y, sobre todo, profundamente incompetente. Hoy el pueblo, gracias a esa gestión desastrosa, criminal, cree que la democracia no es capaz de resolver los problemas de una sociedad y mira, con nostalgia hacia formas autoritarias de gobierno.

Hay que tener un optimismo a toda prueba para creer que la creencia en la democracia pueda ser restaurada en el pueblo paraguayo, que hoy contempla como se abusa del erario público, se roba sin límites, se prevarica y se engaña desde los Tribunales y se miente sin rubor desde el Congreso, sin solución de continuidad mientras se muere de hambre.

Esta pandilla que cayó sobre el país ha hecho tanto, que hizo demasiado. El crimen contra la democracia en el Paraguay ha sido inmenso. Hay que tener una enorme fortaleza de carácter para seguir proponiendo las salidas democráticas – que este diario sigue proponiendo sin desmayo- cuando el pueblo entero, tan vejado, reclama soluciones diferentes.