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Justicia politizada

Alberto Vargas Peña (Fundación Libertad)

04 de agosto de 2000

  

Hace unos días el juez interviniente en la causa del supuesto asesinato del Dr. Luis María Argaña – toda la información médica disponible en el expediente conduce a pensar que el Dr Argaña murió de muerte natural unas horas antes del fusilamiento –sobreseyó libremente al gobernador de Amambay, Victor Paniagua, en razón que se demostró que la reunión en la que se habría tramado el supuesto asesinato nunca existió. Hay varios procesados por culpa de esa reunión inventada, como Conrtado Pappalardo Zaldívar y el propio Lino César Oviedo.

Si la reunión no existió, tampoco existió la conjura y si no existió la conjura ¿cómo es que uno sale sobreseído y los otros continúan procesados?

En el caso Argaña, fuera del testimonio falso de Gumersindo Aguilar, no hay constancias que se haya cometido un crimen. La historia clínica del Sanatorio Americano, firmada por los doctores García Varessini, Benítez, Frachi y Ayala dice que una persona lleno sin signos vitales al Sanatorio y que examinada presentaba cinco heridas de bala y una herida lineal de ocho centímetros en la espalda y sangre negra coagulada en los pulmones y el corazón, lo cual se produce, cuando no hay milagros, unas cuantas horas después de producida la muerte.

No da recorridos de ninguna bala y en el expediente figura que los orificios de la camioneta no corresponden con los presentados por el cuerpo. Con estas evidencias no se sabe si el Dr. Argaña murió en el sitio de su fusilamiento público, o mucho antes, o si murió de bala, de una puñalada por la espalda, por envenenamiento de cianuro respirado o por un simple infarto.

Con estas evidencias y el testimonio indubitablemente falso de Gumersindo Aguilar el juez pone en la cárcel a muchas personas y las llena de oprobio. La prensa desata una campaña feroz y la mitad de Paraguay es perseguida.

Pero lo vil de toda esta cuestión no está siquiera en que se haya acusado y encarcelado a inocentes por un crimen que nadie puede saber si existió o no, porque los encargados de suministrar evidencia científica se encargaron de hacerlas desaparecer. No, la vileza consiste en exigirles ahora a los encarcelados y torturados que acepten hacer campaña política por sus verdugos para que se les reconozca la inocencia.

Esto no había pasado jamás en el Paraguay. Nunca nadie había perseguido a un adversario político con el fin de someterlo a sus designios y encadenarlos a su carro. La dignidad humana, en este caso, ha sido pisoteada en forma inédita, y lo lamentable del caso es que se ha utilizado la Justicia para mancillarla.

Hay tiranos terribles, que son grandes aún en su maldad, y hay tiranos viles, que son pequeños aún en los peores crímenes. La vileza es la condición de los rastreros, de la gente que jamás y por ningún motivo adquirirá estatura.

El Paraguay se encuentra ahora en manos de gente vil, que no vacila en efectuar los peores actos con el fin de mantenerse unos días más en el poder que usurparon de la mano de gobiernos poderosos. Y el peor acto de todos, el de mayor vileza, es el de negar los derechos de la persona humana para luego exigirle que se comporte sin dignidad. 

                  

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