El
juez de la causa, en el caso Argaña, Dr. Jorge Bogarín era quien, como
juez instructor dentro de un sistema inquisitorial como el que regía
en el Paraguay al momento del suceso, quien debía impulsar la
investigación del caso para encontrar la verdad. En el sistema
penal no interesan los protagonistas sino la verdad. Veamos que
hizo.
No
averiguó de quienes eran las huellas digitales en la granada de
mano arrojada bajo la camioneta del Dr. Argaña, que de haber
estallado hubiera borrado, en medio de un relámpago, las huellas
que están diciendo que pasó. La granada no estalló porque
olvidaron quitarle el seguro.
No
averiguó con peritos en balística la trayectoria del proyectil que
un médico, el Dr. José Bellasai, afirma que dobló la
esquina. El Dr. Bellasai afirma que la bala de un revolver
calibre .38, disparada de arriba para abajo, luego de atravesar el
vidrio de la ventanilla trasera de una camioneta 4 x 4, acertó en
la cadera del Dr. Argaña, donde produjo un orificio con
tatuaje y labios en forma de cruz, y rebotando en la pelvis alcanzó
el corazón, que no sangró.
Todos
los peritos afirman que es imposible que una bala calibre . 38 haya
tatuado una herida luego de atravesar un vidrio, o haya dejado un
orificio típico del disparo a quemarropa, o haya rebotado en la
pelvis para cambiar de trayectoria en un ángulo de noventa grados.
Los textos de medicina forense están de acuerdo con los peritos: El
orificio tatuado y con labios en forma de cruz corresponde a un
disparo a quemarropa.
No
averiguó por qué ni las heridas en el brazo derecho del Dr. Argaña
ni la herida en la cadera sangraron.
No
averiguó si la autopsia examinó el contenido del estómago del Dr.
Argaña. Presenció,
según dicen, la autopsia, pero no le llamó la atención que se
pasara por alto un detalle tan revelador que hubiera demostrado, mas
allá de toda duda, la hora aproximada de la muerte.
No
averiguó por qué el conductor de la camioneta del Dr. Argaña,
personal entrenado para custodiar mandatarios, realizó la
maniobra que expuso el flanco del lado que viajaba el Dr. Argaña
o su cadáver a los asaltantes.
No
averiguó por qué los custodios no intentaron siquiera repeler el
ataque, cuando estaban a bordo de una especie de tanque de guerra.
No
hizo hacer un peritaje a la historia clínica del Dr. Argaña,
en la que se consigna una extraña herida lineal que tampoco
sangró y tiene el aspecto típico de efectuada a un cadáver ni
a qué se debía el litro de sangre negruzca y coagulada que
se encontró en los pulmones y corazón del cadáver, hecho que se
produce, salvo un milagro, unas ocho horas después de la muerte.
No
solamente no averiguó eso sino que se negó sistemáticamente a
realizar las diligencias pedidas por la defensa del Mayor Servín,
acusado de complicidad en un atentado que probablemente fue una
tapadera.
Todas estas cosas raras inducen a suponer que mientras hay personas
que desean que se aclare el hecho, hay otras que desean que el hecho
sea interpretado como ellas quieren.
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