La
aprobación parcial de la vía rápida (privatización por decreto) y
del proyecto de rescate industrial (bonos para las industrias en
deuda) son dos triunfos de primera magnitud para el gobierno.
Independientemente
de los méritos que cada una de estas cosas tenga por sí misma, ellas
tienen consecuencias políticas.
La vía rápida supone un nuevo cheque de buena voluntad que le
extienden las potencias extranjeras, principal sostén del gobierno y
el proyecto de rescate industrial supone moderar por un tiempo los
reclamos de uno de los principales poderes fácticos del país, el
empresariado.
Los problemas de la República no dejan de existir, por
supuesto, porque se hayan producido estos triunfos. La condición
general del Paraguay continúa en proceso de franco deterioro.
Sin embargo, ellos sirven para desactivar parte del
descontento, las condiciones subjetivas para un cambio han sido
desarticuladas por ahora.
No se puede decir que el gobierno explotará sus triunfos en la
medida posible, pues sus antecedentes indican que no ha aprovechado
las situaciones favorables.
Pero sí que retrasarán definiciones necesarias para cambiar
la suerte del Paraguay.
Estos triunfos oficiales probablemente servirán para convertir
nuestra aguda caída hacia la miseria en una caída crónica
(haitianización), esa situación de permanente deterioro de nuestra
posición relativa en la región y en el mundo que terminará convirtiéndonos
en el segundo país subsahariano de América.
Para que eso no suceda, hubiera sido necesario que la vía rápida
y el rescate industrial se produjeran al mismo tiempo que un
draconiano recorte del gasto público (racionalización del número de
empleados del Estado y de sus contratos) y que lo hicieran de una
manera más general y amplia.
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