Slobodán Milosevic, ex presidente de Serbia, fue extraditado
y está preso en Holanda a la espera de ser juzgado por un tribunal
internacional.
Milosevic es un personaje muy antipático. Al menos es lo que
dicen de él en Occidente -como se autodenominan Estados Unidos y
sus aliados-. Los norteamericanos han presentado al ex presidente
serbio como una especie de delegado personal de Satanás en la
Tierra. Así lo muestra día a día desde hace años la CNN, ese
formidable instrumento de la acción exterior de la Casa Blanca.
Milosevic está acusado de la comisión de crímenes de
guerra y de delitos de lesa humanidad durante los diez años que
lleva el proceso de desintegración de Yugoslavia, país balcánico
formado en 1919 con la unión de Eslovenia, Croacia, Bosnia
Herzegovina, Macedonia, Montenegro y Serbia.
La unión de los eslavos del Sur (eso es lo que significa la
palabra Yugoslavia) fue, en realidad, un invento de Occidente.
Croatas y serbios tienen poco en común y muchas diferencias. Unos
son católicos y protegidos de Alemania y otros son ortodoxos y
protegidos de Rusia. Sus odios son tan antiguos como los que sienten
entre sí los serbios y los bosnios, que son musulmanes protegidos
de Turquía y estos y los croatas o los albaneses de Kosovo y los
macedonios.
De cualquier manera se hizo funcionar el experimento y el
resultado fue que durante el largo gobierno del mariscal Tito,
muchos serbios, croatas, bosnios o albaneses fueron a vivir a
tierras que unos y otros consideraban propias, en la creencia de que
Yugoslavia existiría para siempre.
Pero nada es eterno y en 1991 aquellas antipatías casi
olvidadas resurgieron con fuerza para poner en ridículo a los politólogos
que proclamaban en Estados Unidos que el nacionalismo estaba muerto.
Yugoslavia empezó entonces a desintegrarse en un mar de
violencia y sangre pocas veces visto en el mismo corazón de una
Europa que se cree la cúspide de la civilización.
Nadie puede negar que las primeras atrocidades ocurridas con
la excusa de la limpieza étnica en los territorios yugoslavos
sucedieron en Croacia y que sus víctimas fueron los serbios de
Eslavonia (no confundir con Eslovenia).
Los serbios, que pretendían anexarse los territorios en los
que habitaban sus connacionales en los demás países de la fenecida
unión respondieron eligiendo como líder a Slobodán Milosevic, un
político ex comunista que prometía protegerlos y construir una
Gran Serbia.
Milosevic fue un problema para Estados Unidos desde el
principio y no por cuestiones morales.
Su política implicaba un alineamiento con Rusia que
amenazaba la naciente influencia norteamericana en la región que le
había estado vedada durante la Guerra Fría (1945-1990).
La desintegración de Yugoslavia había sido aprovechada por
Occidente para intentar extender su imperio en la zona, logrando
penetrar rápidamente en Eslovenia y Macedonia y encontrando
favorable acogida en Bosnia y Croacia.
La única nación que decidió otra cosa fue Serbia, que había
optado por su tradicional alianza con Rusia.
A partir de allí, los serbios se vieron enfrentados a una
nueva realidad política que Milosevic se resistió tozudamente a
aceptar: la globalización, el Nuevo Orden mundial.
El Nuevo Orden, nacido del triunfo de Estados Unidos sobre la
Unión Soviética en la Guerra Fría y proclamado por George Bush
padre con ocasión de la Guerra del Golfo Pérsico, se puede resumir
en la desde entonces incesante expansión de la hegemonía
norteamericana en el mundo.
Como lo han comprobado los serbios en carne propia, la
aceptación de la hegemonía norteamericana no es opcional. Una
lluvia quirúrgica -Kennedy dixit- de balas los obligó a ponerse de
rodillas a mediados de 2000.
Vencida Serbia, está comprobando además que la hegemonía
norteamericana puede ser tan dura como la de cualquier imperio: la
Constitución, las leyes, los procedimientos y los tribunales
locales le importan poco a Estados Unidos a la hora de perseguir y
castigar a sus enemigos.
Slobodán Milosevic lo entiende al fin perfectamente, pues
está ya preso en Holanda a pesar de que el Tribunal Constitucional
serbio había decretado la suspensión de los trámites de extradición
del líder nacionalista.
El Nuevo Orden humilla a sus adversarios como Roma
mortificaba a los suyos. Ninguna arbitrariedad nueva, pues, bajo el
sol.
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