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Nada cambiará

Enrique Vargas Peña

30 de junio de 2000

        

        Se retira del país el Encargado de Negocios de Estados Unidos en Paraguay, Stephen McFarland, acompañado del aprecio del régimen presidido por el senador Luis Angel González Macchi por cuyo nacimiento y supervivencia tanto hizo el funcionario norteamericano.

        El régimen, que incluso inventó una condecoración para él, no debería mostrarse tan obsecuente con funcionarios del nivel de McFarland pues al hacerlo denota el provincianismo mental de sus integrantes considerando que lo único que el Encargado de Negocios hizo fue obedecer las instrucciones recibidas de sus superiores norteamericanos en defensa de los intereses que el presidente Clinton dispuso precautelar en Paraguay.

        Alguien debería enseñar a González Macchi que las cortesías que le dispensó McFarland no se las prodigó porque personalmente estimara al encargado de la Presidencia de la República, sino porque eso le fue ordenado como procedimiento conducente al logro de los objetivos de Clinton.

        Cosa parecida debe aclarársele a la oposición. Aunque McFarland insiste en agregar crueldades de su consecha personal, diciendo que ha defendido aquí la democracia como si los paraguayos fuéramos imbéciles a los que un funcionario norteamericano puede hacer olvidar el discurso de Lincoln en Gettysburg (19/XI/1863) ni hubiéramos vivido hasta 1989 bajo un régimen que hacía las mismas cosas que hace ahora el gobierno de González Macchi, no es el único malo de la película y no porque dicho diplomático se vaya va a cambiar la actitud del gobierno de Clinton hacia el Paraguay.

        Clinton dispuso una determinada política hacia el Paraguay para defender los negocios que tiene aquí Mark Jiménez, un filipino que da dinero al partido Demócrata para pagar gastos de esa organización que sostiene políticamente al presidente de EEUU, así como a su actual candidato Albert Gore.

        Este Jiménez ya era importante socio de Clinton en la campaña electoral norteamericana de 1996 y a raíz de las irregularidades ocurridas con los aportes, está procesado por la Justicia de EEUU y se encuentra prófugo.

        McFarland no hizo más que obedecer a sus jefes como ellos esperan de cualquier funcionario de una administración pública.

        Obediencia ciega, prescindente de consideraciones morales. El tipo de obediencia que, desde siempre, ha permitido a los agentes diplomáticos del gobierno norteamericano apoyar sin reparos a los mayores criminales y corruptos déspotas de la historia.

        McFarland desea solamente escalar en su carrera, llegar tal vez a subsecretario de Estado y retirarse con una buena jubilación. Si en  esa carrera debe apoyar a gente como Somoza, o Videla, le importa poco porque pocos, si acaso alguien, en Estados Unidos, le llamarán la atención sobre esa conducta.

        Y si ocurre que alguien le recuerde alguna vez los derechos conculcados con su auxilio, podrá alegar, como acostumbran los de su clase, la “obediencia debida” que sostuvo fervientemente aquí el senador Gonzálo Quintana.

        De manera que nadie debería abrigar ilusiones vanas sobre la ida de McFarland y la venida de su reemplazante, pues el nuevo embajador seguirá haciendo exactamente lo mismo que Clinton viene ordenando que se haga en Paraguay desde que descubrió los beneficios de tener un país desde el que sus socios pueden enviarle dinero sin control de la ciudadanía norteamericana.

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