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El legado de marzo

Enrique Vargas Peña

Numerosos políticos y periodistas tratan de justificar su recién estrenada oposición al régimen señalando que la dictadura "ha traicionado el legado de marzo".

Caben, sobre la nueva posición de estos políticos y periodistas, dos consideraciones: la primera es que el régimen inaugurado el 28 de marzo de 1999 no ha cambiado y se mantiene igual a sí mismo desde el principio; la segunda es que "el legado de marzo" es algo muy digno de ser abandonado y olvidado lo más rápidamente que sea posible.

Me refiero al legado, no a la lección. A esta tenemos que marcarla de manera perenne en nuestra memoria.

El régimen presidido por Luis González Macchi es una dictadura desde el día en que fue instaurado. Lo es por las razones que señalé en un artículo publicado el 6 de mayo de 1999, que se han visto confirmadas completamente en los hechos.

Yoyito Franco, Miguel Saguier, Carlos Filizzola y demás aliados de Juan Carlos Wasmosy pueden decir ahora lo que quieran sobre supuestas traiciones, pero lo cierto es que los únicos que cambiaron fueron ellos, pues el régimen se mantiene incólume en lo que siempre fue.

Hay que decir, además, que estos "nuevos opositores" cambiaron no porque les molestaran en lo más mínimo las arbitrariedades cometidas por la dictadura, como la muerte de Coco Villar, el apresamiento de periodistas, el cierre de medios de comunicación, las torturas de presos políticos, la prisión de senadores, etc., sino porque quieren apoderarse de ella. Nada más.

La suya es una posición oportunista, semejante a la que vienen exhibiendo al menos desde 1996. No la motiva ningún principio, ninguna idea decente.

En cuanto al legado de marzo, hay que decir que es lamentable, desde cualquier punto de vista que se lo analice.

Lamentable por las muertes habidas en aquel fatídico mes. Lamentable por la dictadura que surgió de él. Lamentable por el derrocamiento de un gobierno completamente legítimo. Lamentable por la gestión económica y social del Estado que sobrevino. Lamentable por el programa de quienes lo motorizaron. Esto último es, decididamente, lo peor.

El programa de marzo es un proyecto corporativo que pretende reemplazar los mecanismos democráticos de participación popular en la gestión pública por el poder de las cámaras empresariales y los poderes fácticos, Iglesia Católica, Fuerzas Armadas y embajada norteamericana, esta última para proteger los negocios paraguayos del filipino Mark Jiménez que de ellos saca dinero para Clinton y su candidato Albert Gore.

El empresario Pedro Fadul lo ha confesado con todas las letras y lo han confirmado otros, como Fernando Serrati, y periodistas como Juan Andrés Cardozo.

Es suficiente leer lo que ellos han dejado por escrito para entender el programa de marzo, el "Paraguay Jaipotáva", utopía sórdida de una oligarquía enamorada aún, aunque sin saberlo, de la España de cara al sol.

El legado de marzo pesa como un lastre sobre el pueblo paraguayo y lo hunde.

Cuando los "nuevos opositores" pontifican ahora sobre él con el fin de deshacerse de González Macchi no sé, pues, si temer más al actual presidente o a los que, por orden de Wasmosy, quieren su silla.