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Tarifazos decretados |
Enrique Vargas Peña |
Finalmente
fueron impuestos los aumentos en las tarifas de los servicios de
agua, electricidad y en el precio del gasoil, que deben agregarse a
los aumentos del impuesto inmobiliario y a la tarifa telefónica,
decretada con anterioridad. La municipalidad de Asunción, para
confirmar que es igual o peor que el gobierno, aumentó también las
tasas especiales (barrido, limpieza y bacheado!!).
Los
aumentos son el resultado lógico de la idea ampliamente compartida
por los políticos que consolidaron su poder en marzo de 1999 según
la que el bolsillo de la gente puede pagar indefinidamente los
abusos gubernamentales.
Y
son consecuencia también, por supuesto, de la explosión de gastos
públicos habida desde aquel mes, debido a que los grupos en el
poder hacen favores con el dinero público, descargando luego en el
pueblo lo que sus amistades cuestan.
Recuérdese
el caso del ministro Euclides Acevedo, regalando un cargo
innecesario a su amigo Cástulo Franco, total, paga el pueblo.
Cástulo
Franco, padre del vicepresidente de la República, tuvo la desgracia
de ser pillado. Pero el suyo es solamente uno de los miles de casos
de favores hechos por los que mandan con dinero de la gente, que
explican el enorme déficit fiscal, la no menor ineficiencia
estatal, el desastre, en síntesis, en que nos encontramos a pesar
del cacareado crecimiento del 1.8% del Producto Interno Bruto, que
en realidad muestra el enriquecimiento de los privilegiados.
Los
aumentos decretados pagan regalos como ese que hizo Euclides Acevedo
y no pueden disimularse ya con las palabras rebuscadamente técnicas
con que el ministro Juan Ernesto Villamayor trata siempre de
esconder la exacción: el
gobierno de Luis Ángel González Macchi está obligando al pueblo a
pagar sus derroches.
Los
grupos en el poder son hábiles y han logrado desarticular toda
resistencia a los abusos que sufre la ciudadanía. Es un hecho
evidente e incontrastable que la conducta de los administradores del
dinero de los contribuyentes no encuentra respuesta proporcional en
la población, resignada a su desgracia.
El
Estado, que había sido convertido, a partir de marzo del 99, en
instrumento de represión, fue optimizado también como mecanismo de
concentración de la riqueza. Y lo uno alimenta a lo otro.
Los
que no quieren meterse en política, los que todavía creen que los
que estuvieron complicados en el marzo paraguayo pueden
cambiar, los que esperan mejorías sin hacer oposición al régimen,
tienen ahora a la vista los resultados de su timidez: pagarán cada
vez más por servicios cada vez peores (cortes de luz y baja tensión,
agua oscura o sin presión, conversaciones telefónicas
interrumpidas o ligadas, etc.).
Para
ellos tenía el Dr. Luis María Argaña una frase extraordinaria:
vayan a llorarle a su abuela.
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