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Traición cotidiana

Enrique Vargas Peña

28 de junio de 2000

          La falta de filosofía, y la consecuente falta de proyectos con la que actúan los políticos paraguayos tiene más consecuencias que las revisadas en el artículo del 27 de junio (“Sin proyectos”).

         La más llamativa es el ambiente de traición cotidiana en que deben moverse, sin poder generar para el país la confianza que la sociedad requiere de aquellos que dicen representarla.

         La traición es fruto, sencillamente, de la elasticidad que la falta de filosofía, de proyectos, de principios, produce en la conducta de los políticos, que se ven constreñidos a moverse a impulsos de la coyuntura.

         Entonces, la sociedad paraguaya se ve sometida a espectáculos tales como las idas y venidas de Domingo Laíno, por ejemplo, aliado ya de Wasmosy, ya de Oviedo, o las movidas de Luis Wagner, de ministro del wasmosismo a aliado del oviedismo, o las sucesivas sangrías de la bancada oviedista en las cámaras del Congreso, que nutren, cada cierto tiempo, sin seguridad alguna para los supuestos beneficiarios, a otras bancadas.

         O, lo que tal vez es peor, el apoyo de diversas dirigencias partidarias a modos de ejercicio del poder que constituyen una traición en toda regla a las ideas en cuyo nombre dicen siempre actuar.

         Esto es particularmente notorio en el partido Liberal.

         Esa es la razón por la que la inmensa impopularidad del régimen paraguayo no ha sido capitalizada en la medida esperable por el candidato liberal a la vice presidencia de la República, Yoyito Franco, que no despierta la confianza del electorado disconforme porque nadie puede asegurar, en verdad, que una vez obtenido el triunfo no lo convierta en una nueva traición a la voluntad pública con el fin de acomodar a su clientela en el régimen.

         Esa es también la razón por la que el líder de la oposición paraguaya, Lino Oviedo, al menos en todas sus últimas recomendaciones públicas, no ha volcado su apoyo a Franco.      

         La política paraguaya está profundamente descompuesta.

         Los políticos paraguayos están completamente dispuestos a desoir la voluntad del pueblo y, de hecho, vienen actuando con prescindencia de esa voluntad desde 1992 por lo menos.

         Por ello es necesario recrear desde cero el sistema de vínculos entre los ciudadanos y sus mandatarios. 

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