La
falta de filosofía, y la consecuente falta de proyectos con la que
actúan los políticos paraguayos tiene más consecuencias que las
revisadas en el artículo del 27 de junio (Sin proyectos).
La más llamativa es el ambiente de traición cotidiana en
que deben moverse, sin poder generar para el país la confianza que
la sociedad requiere de aquellos que dicen representarla.
La traición es fruto, sencillamente, de la elasticidad que
la falta de filosofía, de proyectos, de principios, produce en la
conducta de los políticos, que se ven constreñidos a moverse a
impulsos de la coyuntura.
Entonces, la sociedad paraguaya se ve sometida a espectáculos
tales como las idas y venidas de Domingo Laíno, por ejemplo, aliado
ya de Wasmosy, ya de Oviedo, o las movidas de Luis Wagner, de
ministro del wasmosismo a aliado del oviedismo, o las sucesivas
sangrías de la bancada oviedista en las cámaras del Congreso, que
nutren, cada cierto tiempo, sin seguridad alguna para los supuestos
beneficiarios, a otras bancadas.
O, lo que tal vez es peor, el apoyo de diversas dirigencias
partidarias a modos de ejercicio del poder que constituyen una
traición en toda regla a las ideas en cuyo nombre dicen siempre
actuar.
Esto es particularmente notorio en el partido Liberal.
Esa es la razón por la que la inmensa impopularidad del régimen
paraguayo no ha sido capitalizada en la medida esperable por el
candidato liberal a la vice presidencia de la República, Yoyito
Franco, que no despierta la confianza del electorado disconforme
porque nadie puede asegurar, en verdad, que una vez obtenido el
triunfo no lo convierta en una nueva traición a la voluntad pública
con el fin de acomodar a su clientela en el régimen.
Esa es también la razón por la que el líder de la oposición
paraguaya, Lino Oviedo, al menos en todas sus últimas
recomendaciones públicas, no ha volcado su apoyo a Franco.
La política paraguaya está profundamente descompuesta.
Los políticos paraguayos están completamente dispuestos a
desoir la voluntad del pueblo y, de hecho, vienen actuando con
prescindencia de esa voluntad desde 1992 por lo menos.
Por ello es necesario recrear desde cero el sistema de vínculos
entre los ciudadanos y sus mandatarios.
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