Un
saludable consenso acerca del estado de quiebra moral en que se
encuentra el Paraguay está tomando cuerpo en la sociedad. Todos los
paraguayos con un resto de decencia saben que es necesario hacer
algo, rápido, para que sus hijos puedan tener oportunidad.
Los violadores del Paraguay, por supuesto, viven en otro
planeta, obteniendo ingresos que cargan a los contribuyentes, ya
mediante el presupuesto, ya mediante contratos que compran pagando
coimas a empleados corruptos de la sociedad.
Los intereses de estos dos grupos de personas, por un lado la
gran mayoría de los paraguayos que todavía pueden diferenciar un
negocio de un negociado, y por el otro el pequeño grupo que vive de
privilegios obtenidos mediante negociados, son contrapuestos.
¿Por qué?
Porque los ingresos de la minoría privilegiada no surgen de
su productividad, o de su creatividad, sino de su capacidad de
extraer de la mayoría, mediante la fuerza o mediante la trampa, los
recursos que necesita.
La minoría privilegiada no genera riquezas, se las apropia.
La mayoría es la que genera recursos, que le son robados. El interés
de la mayoría en no ser robada afecta radicalmente el interés de
la minoría en vivir bien a costa de la sociedad.
Una prueba muy actual y muy evidente de esto es el
presupuesto de 2001. Todos los recursos genuinos que serán extraídos
de la sociedad irán a parar a salarios o contratos que no guardan
relación alguna con la situación o la necesidad del país. Los
honorables diputados, por ejemplo, no quieren ajustarse el cinturón
presupuestándose menos. Quieren que la gente se ajuste el cinturón
para presupuestarse más ellos. Y como ellos, todos los demás
privilegiados.
Ese escándalo, que se viene repitiendo en el Paraguay desde
hace bastante tiempo, genera reacciones sociales y produce
votos-castigo, como el ocurrido el 13 de agosto de 2000, que permitió
la elección de Julio César Franco como vicepresidente de la República.
Sin embargo, cada vez que se produce una reacción social
como esa, los privilegiados terminan por incorporar a su grupo a los
abanderados de la misma, como con Franco, o por derribarlos lisa y
llanamente.
Este ya habitual secuestro del cambio ocurre porque no hay,
en el Paraguay, una fuerza política organizada en torno a
principios. No hay una alternativa moral, a la que no se pueda
tentar con plata o con poder, para servir al pueblo paraguayo.
No hay una fuerza capaz de sostener el derecho del pueblo a
gobernar y la obligación de todos a actuar limpiamente. Entre los
políticos paraguayos a nadie se le ocurre decir que deben
disminuirse sus salarios, sus viáticos, sus gastos de representación;
que deben desaparecer sus autos de lujo, sus secretarias
millonarias; que debe darse el ejemplo del ajuste desde el poder.
El consenso sobre la quiebra moral no ha dado paso aún al
surgimiento de un movimiento social organizado de forma a resistir
con éxito las tramoyas con las que los inmorales vienen manteniendo
sus privilegios a pesar, y a costa, del pueblo paraguayo.
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