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La sanción moral *

Enrique Vargas Peña 

27 de agosto de 2001



No sé qué explicación van a dar nuestros oligarcas, esos insoportables infatuados que siempre nos dicen que los paraguayos somos cretinos que no sabemos elegir ante el repudio moral que los comunes están imponiendo con cada vez mayor frecuencia al senador Luis Angel González Macchi allí donde aparece. 

¿Que dirán?

Primero fue Pilar. La gente decente de Pilar no permitió que el ocupante de la Presidencia de la República les dirigiese la palabra. Después Santiago de Chile. Ahora fue Encarnación, donde lavanderas y mesiteros impidieron al senador terminar su agenda, desmintiendo así a los quebrados morales que pretenden hacer creer que todos los paraguayos estamos igual de podridos que ellos.

Ante las acciones de Pilar, Santiago y Encarnación, los que corren para ir a cenar o a farrear con el senador-presidente deben sentir una secreta vergüenza. Ellos, que siempre desprecian al pueblo, se revuelcan impúdicamente en la corrupción del régimen de marzo mientras ese pueblo muestra que es mentira que la decencia y el valor cívico han muerto en el Paraguay.

Nuestra oligarquía ("Conjunto de algunos poderosos negociantes que se aúnan para que todos los negocios dependan de su arbitrio") ni siquiera es una elite ("Minoría selecta").

Una elite digna de ese nombre jamás hubiera permitido que los embajadores de Estados Unidos y Brasil le ordenen lo que debía hacer. Una elite digna de ese nombre jamás se hubiera escondido detrás de los personajes tan chatos que la oligarquía paraguaya usa para ejercer el poder.

Nuestra oligarquía es patética. Rejuntado de hambrientos intelectualoides de un folleto, ingenieros entenados, politólogos en busca de ONG, diseñadores, empresarios de contratos públicos, comunistas con ganas de vivir en Miami y estancieros vía IBR, suma de grises y medianías montados en Hilux 4x4, arribistas todos a la búsqueda de zoquetes que hacen pagar a la gente que pisotean, jamás ha producido algo grande, algo digno, algo bueno o algo bello.

Jamás ha producido algo decente. La rectitud moral no es una de sus características.

Eso no sería grave, pues toda sociedad tiene sus mediocres, de no ser porque nuestra oligarquía impide con ayuda extranjera cualquier apertura al cambio. El fraude contra Argaña en 1992 y el derrocamiento de Cubas en marzo del 99 son sus obras. La oligarquía es astuta y pícara, pero solamente para retorcer lo que debe ser derecho.

Ha arruinado al Paraguay, pero quiere que los paraguayos la sigan manteniendo.

Ahora los oligarcas seguramente estarán pensando en cómo evitar que en lo sucesivo se repitan protestas como las de Pilar y Encarnación, donde ya detuvieron a alguna gente. Jorge Vasconsellos y Pancho de Vargas son muy creativos para criminalizar cualquier conducta que moleste a los que mandan.

Desde aquel fatídico 28 de marzo de 1999 nuestra oligarquía ha silenciado mediante el terror al pueblo paraguayo, pero el miedo también tiene un límite: la desesperación.

*Publicado en La Nación de Asunción el domingo 26 de agosto.

    

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