Los
directivos de la sociedad que controla la empresa que antes
funcionaba bajo el nombre de Aceitera Itauguá han solicitado al
ministro de Industria y Comercio, Euclides Acevedo, un
sinceramiento del tipo de cambio para facilitar sus
exportaciones.
Parece increíble que a esta altura de los acontecimientos se
produzcan todavía este tipo de reclamos, considerando la vasta y
catastrófica experiencia histórica en la materia.
La devaluación del tipo de cambio para favorecer las
posibilidades de exportación de algún sector económico no es más
que un subsidio, cuyo costo se carga a toda la sociedad para
enriquecer a unos pocos que han sido tan malos empresarios que sus
productos son incapaces de competir internacionalmente sin esa
ayuda.
La competitividad no se logra a costa del poder adquisitivo
de toda la sociedad y la existencia de empresarios que
realicen esos reclamos, y de gobiernos que los escuchen, indica la
persistencia de la cultura mercantilista y de la connivencia entre
el Estado y los privilegiados que son su base social, indicación
mucho más elocuente que los cien discursos que pronuncian por día
los supuestos propulsores de la reforma modernizadora del Estado.
En un tiempo en el que parece remanido repetir que la
competitividad está relacionada al logro de mayor eficiencia
productiva (productividad) y menores costos, la dictadura paraguaya
deliberadamente presta oídos a quienes pretenden conquistar
mercados cargando su incompetencia sobre todos los demás, a los que
se impone así un costo país que, de no existir, tal vez les
permitiría competir.
Ese es en el fondo el problema de las dictaduras y de las
seudo democracias: los gobiernos otorgan, establecen, mantienen y
operan privilegios que benefician a muy pocos e impiden a los
realmente competentes salir al mundo, al imponerles el pago de
aquellas prebendas disfrazadas de estímulos a e iniciativas para la
producción.
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