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La lección de Quito

Enrique Vargas Peña

Los sucesos que la pasada semana conmovieron a Ecuador, provocando el reemplazo de Jamil Mahuad al frente del régimen de ese país por su vicepresidente Gustavo Noboa, muestran claramente los riesgos que tiene el reemplazo de la lógica democrática en el ejercicio del poder por la lógica feudal.

Los campesinos que estuvieron cerca de triunfar en Ecuador, no son responsables de este reemplazo. Lo son los políticos que prefieren vaciar de contenido las formas de la democracia para mantener o establecer privilegios incompatibles con ella.

Cuando políticos oportunistas logran reemplazar las leyes generales por la arbitrariedad general; cuando, como consecuencia de esto, las relaciones sociales dejan de basarse en el derecho para pasar a basarse en la capacidad de imponer posiciones, entonces se produce el ambiente de violencia que caracteriza al feudalismo y aparecen los deterioros que le son afines.

El movimiento campesino ecuatoriano propone establecer una dictadura, tan corporativa como la de los políticos, para satisfacer sus reclamos económicos.

Esto, sin embargo, no invalida la legitimidad del descontento general que existe en Ecuador, ni legitima, en manera alguna, al vigente régimen político.

Pero pone en evidencia la necesidad de revisar lo que por convención se ha estado llamando "democracia" en América Latina.

El vigente régimen ecuatoriano, establecido tras el derrocamiento del presidente Abdalá Bucarám, no es, sencillamente, una democracia. Tampoco lo es el presente régimen colombiano. No lo fue la Cuarta República venezolana.

Esos regímenes son oligarquías, propiamente hablando, en los que la participación popular en el gobierno ha estado reducida al mínimo posible: a plebiscitar una vez cada cuatro o cinco años las decisiones tomadas entre cuatro paredes por cúpulas políticas, económicas, sociales, académicas, religiosas, militares y diplomáticas.

Siguieron, cada una a su manera y ritmo, la evolución propia de las oligarquías, sin poder escapar a las leyes del poder definidas por lord Acton (1834-1902): el poder tiende a concentrarse, el poder tiende a expandirse, el poder tiende a corromper.

Al cabo de cierto tiempo, todas esas oligarquías habían caído en la feudalización, en una lucha descarnada por espacios privados de poder, sin haber podido establecer con éxito el estado corporativo que les hubiera permitido controlar la descomposición.

Colombia y Ecuador están en un simple proceso de disolución. La primera, empantanada en una guerra civil, el segundo, cerca de ella.

Perú, a su vez, que sufrió un proceso un tanto diferente, se ha rendido a un dictador cuyo único logro es haber suspendido, en tanto mantenga el poder, un proceso de descomposición cuyas causas no ataca.

Las seudo democracias de América Central, con la excepción de Costa Rica, se apuran por caer a los mismos abismos que ecuatorianos y colombianos.

Brasil, un país con una vocación imperial que impide aún la aparición de estos problemas, repite algunos de los vicios peores que están costando sangre a los países señalados, como la alianza entre la banca y los políticos, de la cual surge el poder de Fernando Henrique Cardoso.

Argentina, Chile y Uruguay, los tres países con tradición democrática más sólida de América, resisten a duras penas las tentaciones y Bolivia camina sola en un extraordinario experimento democratizador que es fruto de la singular visión de su propia oligarquía.

Paraguay se encuentra muy cerca de Ecuador. Demasiado cerca.

No hay soluciones fáciles, porque los intereses enfrentados son demasiado poderosos y no están dispuestos a ningún renunciamiento.

Al observar esto se nota la grandeza de Hugo Chávez.

Venezuela estalló en 1992, generando la "Revolución Bolivariana", que ha logrado, al menos, mantener la autoridad de un estado nacional cuyo objetivo es refundar la democracia.

Se podrá decir que Chávez es anticuado en sus propuestas económicas o que la Constitución Bolivariana no satisface a los puristas.

Pero nadie puede negar que ella surge de una reivindicación radical de la democracia real, de los principios por los que se llevaron adelante las grandes revoluciones democráticas de la Historia (Inglesa de 1648, Americana de 1776, Francesa de 1789) y que establece algunas de las bases para salir del atolladero.

Estas son sencillas: destruir el poder de la oligarquía mediante el expediente de aumentar el poder del pueblo.

Más elecciones, muchas elecciones, elecciones cada vez que sea necesario. Revocatorias de mandato. Iniciativa popular. Restaurar la lógica democrática. Cortar el camino a la lógica feudal.

Ese, y no las vías restrictivas de Jamil Mahuad y Estados Unidos, es el camino adecuado y por eso le temen y le critican los políticos corruptos de América entera, incluido Clinton.