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Cesar Gaviria

Enrique Vargas Peña

El secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Cesar Gaviria, ex presidente de Colombia, ha llamado al canciller paraguayo, José Félix Fernández Estigarribia, para mostrar su preocupación por los rumores de golpe militar que arrecian en Asunción. Gaviría no había llamado desde el 28 de marzo porque ni el golpe militar de ese día, ni las subsecuentes violaciones de los derechos civiles y humanos, ni el sesgo crecientemente autoritario del régimen paraguayo le importaron demasiado.

La OEA de Gaviaria es una institución notable. Su antecesor Joao Baena Soares avaló el fraude del 9 de mayo de 1993, con el cual Juan Carlos Wasmosy se convirtió en presidente del Paraguay y Gaviria mismo se apersonó en Asunción cuando ocurrió el supuesto golpe encabezado por el ex general Lino Oviedo, para apoyar cualquier cosa que Wasmosy dijera.

Es la misma OEA circunspecta y temerosa que terminó por convalidar a la dictadura de Alberto Fujimori en Perú, que nada significativo dice de la guerra civil de Colombia, que apoyó el golpe militar y la parodia con que fue derrocado el presidente constitucional de Ecuador, Abdalá Bucaram, y que, a pesar de la voluntad manifiesta de todos sus miembros, excepto uno, mantiene la exclusión de Cuba.

¿Cuál es el hilo que ata todas estas cosas que marcan a la OEA?

Es el dinero norteamericano, que financia la parte significativa de las operaciones de la entidad, razón por la que la OEA nunca ha dejado de ser un brazo más de la política exterior norteamericana, con sede en Washington, para que no queden dudas.

Cuando Estados Unidos necesitó de un acuerdo militar que le permitiera regir la política de defensa de los Estados americanos, la OEA le dio el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, que fue tirado a la basura cuando lo reclamó Argentina.

Cuando Estados Unidos se disgustó con la independencia cubana, la OEA expulsó a Cuba se su seno.

Cuando Estados Unidos establecía y fomentaba la aparición de dictaduras militares que torturaban y mataban gente de acuerdo a las enseñanzas impartidas en la Escuela de las Américas, la OEA admitió sin más esas dictaduras, mucho más salvajes que la cubana.

Cuando Estados Unidos empezó a tener vergüenza de sí mismo, con Jimmy Carter, la OEA también se ruborizó de su escandaloso pasado.

Cuando Estados Unidos, en fin, quiere tirar democracias, como con Bucaram, o sostener dictaduras, como la de Fujimori, la OEA tira democracias y acepta dictaduras.

Las intervenciones del señor Gaviria, en consecuencia, deben ser consideradas en el marco de una situación de dependencia con respecto a los dictados del Departamento norteamericano de Estado.

La preocupación de la OEA por la suerte de la dictadura paraguaya muestra el aval verdadero del régimen de Asunción.