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Cambio en Argentina

Enrique Vargas Peña

El régimen paraguayo cifraba muchas esperanzas en las elecciones realizadas el domingo 24 en la República Argentina. Esperaba, hambriento, el mendrugo de la derrota del partido de Carlos Menem, presidente saliente.

Y ha ocurrido. El gobernante partido Justicialista, presidido por Menem, sufrió la mayor derrota de su historia, perdiendo la presidencia y la mayoría en la Cámara de Diputados. Un peronista amigo del régimen paraguayo y opositor a Menem, Carlos Ruckauf, ganó la gobernación de la provincia-país de Buenos Aires.

Argentina optó por el cambio y, al hacerlo, condenó al Paraguay al inmovilismo, a la consolidación del régimen que preside en Asunción, Luis González Macchi.

El gobierno que con mayor fuerza y consistencia esbozó el carácter autoritario e ilegítimo del régimen de González Macchi será reemplazado el 10 de diciembre por otro que no sabe o no contesta sobre la dictadura paraguaya.

Nunca había, un grupo político argentino, tenido tan escasa y tan mala información sobre lo que sucede en Paraguay, como este que encabezan el ahora presidente electo Fernando de la Rúa y Carlos Alvarez.

O, la otra aterradora posibilidad, nunca habían, políticos argentinos de ningún partido, desarrollado acciones determinadas en base a necesidades financiero-electorales eventualmente satisfechas por sátrapas del Paraguay.

El régimen de Luis González Macchi se jugó casi entero por una derrota del presidente Menem, una derrota significativa que redujera las posibilidades de presionar por un retorno del Paraguay a la democracia del jefe del Estado argentino.

Menem ha sido el líder que, al menos formalmente, ha guiado al partido Justicialista a la histórica humillación que sufrió. La magnitud de la derrota hace inevitable que haya sectores importantes que se la imputen a Menem y minen su liderazgo y su control.

La capacidad de maniobra de Menem en el interior de su propio partido, pues, se encuentra ahora bajo riesgo y crecientemente amenazada por el gobernador electo de Buenos Aires.

El Paraguay, en consecuencia, se está moviendo hacia un cono de sombras semejante al que ennegreció su vida desde 1936 hasta 1989, en el que un entorno internacional oportunista hizo posible la supervivencia ininterrumpida de un longevo, poco conocido y feroz régimen autoritario en Asunción.

En ese contexto, parecen ridículas y risibles, aunque en realidad son patológicas y comprensibles, las expresiones de deseos con las que las fuerzas democratizantes del Paraguay sustituyen a los hechos, los "tercos hechos", que les son tan adversos.