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El premio Nóbel

Enrique Vargas Peña

23 de junio de 2000

         

         Diversos grupos de personas están trabajando en la candidatura de Francisco Oliva, de profesión sacerdote cristiano, al premio Nóbel de la Paz, honor y recompensa monetaria de más de un millón de dólares americanos que otorga cada año el Comité Nóbel de Noruega.

         Este Comité es una comisión del Parlamento noruego.

         Dicho Comité invita, como lo hacen también los otros cinco comités Nóbel que existen, uno por cada premio (Medicina, Economía, Física, Química, Literatura), a unas seis mil personas de todo el mundo a proponer o nominar candidatos. Unas mil de esas personas logran articular propuestas sólidas y, finalmente, se aceptan entre cien y doscientas cincuenta nominaciones para cada premio.

Los estudios de estas nominaciones aceptadas se inician en el otoño anterior al año de premiación. O sea, quienes proponen a Francisco Oliva debieron obtener la nominación en setiembre de 1999 para esperar el premio este año u obtenerla en setiembre de 2000 para el premio de 2001.

Habría que avisarle a Oliva que las auto nominaciones, aunque se disfracen, son automáticamente descalificadas.

         Oliva es lo suficientemente conocido en el Paraguay como para requerir cualquier presentación de mi parte. Todos los paraguayos sabemos quien es y que ha estado haciendo.

         Porque se lo conoce es que la noticia ha sorprendido un tanto, pues, en general, se cree que el premio Nóbel de la Paz se trata de una especie de certificado democrático.

Contribuye a esa suposición general el hecho que en ocasiones se haya recompensado a personas que trabajaron por dar al ser humano más libertad de la que tenían, por ejemplo Martin Luther King (1964) Andrei Sakharov (1975) o Nelson Mandela (1993).

Se olvida que las nominaciones al Nóbel son libres y que así como se trata de nominar a Oliva, se ha nominado a gente como la esposa del dictador dominicano Rafaél Leónidas Trujillo para el Nóbel de Literatura.

También se olvida que se suele promocionar además a personas que se dedican a determinadas causas que satisfacen intereses políticos más inmediatos del comité, por ejemplo el caso de Adolfo Pérez Esquivel (1980), galardonado cuando se necesitaba castigar a la dictadura militar argentina por la desaparición de ciudadanos escandinavos y europeos entre 1976 y 1983.

No es tanto que la tarea de estas personas premiadas por consideraciones menos trascendentes carezca de importancia, sino que, sencillamente, se las premia en razón de criterios más prosaicos.

En estas ocasiones, la tarea premiada realmente no alcanza las dimensiones que la desarrollada por aquellos grandes hombres y mujeres, pero como son beneficiados con el Nóbel, algunos interesados pretenden que se les considere de igual estatura, aunque sea evidente para todos que no es lo mismo derribar al comunismo, como hizo Lech Walesa (1983), que restaurar en el poder al stronismo, como hizo Oliva. 

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