Diversos grupos de personas están trabajando en la candidatura de
Francisco Oliva, de profesión sacerdote cristiano, al premio Nóbel
de la Paz, honor y recompensa monetaria de más de un millón de dólares
americanos que otorga cada año el Comité Nóbel de Noruega.
Este Comité es una comisión del
Parlamento noruego.
Dicho Comité invita, como lo hacen
también los otros cinco comités Nóbel que existen, uno por cada
premio (Medicina, Economía, Física, Química, Literatura), a unas
seis mil personas de todo el mundo a proponer o nominar candidatos.
Unas mil de esas personas logran articular propuestas sólidas y,
finalmente, se aceptan entre cien y doscientas cincuenta
nominaciones para cada premio.
Los
estudios de estas nominaciones aceptadas se inician en el otoño
anterior al año de premiación. O sea, quienes proponen a Francisco
Oliva debieron obtener la nominación en setiembre de 1999 para
esperar el premio este año u obtenerla en setiembre de 2000 para el
premio de 2001.
Habría
que avisarle a Oliva que las auto nominaciones, aunque se disfracen,
son automáticamente descalificadas.
Oliva es lo suficientemente conocido en el Paraguay como para
requerir cualquier presentación de mi parte. Todos los paraguayos
sabemos quien es y que ha estado haciendo.
Porque se lo conoce es que la noticia ha sorprendido un
tanto, pues, en general, se cree que el premio Nóbel de la Paz se
trata de una especie de certificado democrático.
Contribuye
a esa suposición general el
hecho que en ocasiones se haya recompensado a personas que
trabajaron por dar al ser humano más libertad de la que tenían,
por ejemplo Martin Luther King (1964) Andrei Sakharov (1975) o
Nelson Mandela (1993).
Se
olvida que las nominaciones al Nóbel son libres y que así como se
trata de nominar a Oliva, se ha nominado a gente como la esposa del
dictador dominicano Rafaél Leónidas Trujillo para el Nóbel de
Literatura.
También
se olvida que se suele promocionar además a personas que se dedican
a determinadas causas que satisfacen intereses políticos más
inmediatos del comité, por ejemplo el caso de Adolfo Pérez
Esquivel (1980), galardonado cuando se necesitaba castigar a la
dictadura militar argentina por la desaparición de ciudadanos
escandinavos y europeos entre 1976 y 1983.
No
es tanto que la tarea de estas personas premiadas por
consideraciones menos trascendentes carezca de importancia, sino
que, sencillamente, se las premia en razón de criterios más
prosaicos.
En
estas ocasiones, la tarea premiada realmente no alcanza las
dimensiones que la desarrollada por aquellos grandes hombres y
mujeres, pero como son beneficiados con el Nóbel, algunos
interesados pretenden que se les considere de igual estatura, aunque
sea evidente para todos que no es lo mismo derribar al comunismo,
como hizo Lech Walesa (1983), que restaurar en el poder al
stronismo, como hizo Oliva.
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