La Iglesia Católica, que es una de las fuerzas dominantes de
la sociedad paraguaya, promete un giro radical en su posición
frente al gobierno que preside el senador Luis Ángel González
Macchi, mediante una Carta Pastoral del episcopado.
Los obispos llaman a reconstruir la moral del pueblo. Sin
embargo, lo que urge reparación en el país es la moral de la
autonombrada dirigencia nacional, el grupo de personas que sin el
consentimiento ciudadano se adueñó del poder el 28 de marzo de
1999.
Esta dirigencia no incluye solamente a los políticos, sino a
los empresarios que apoyaron la funesta aventura del marzo paraguayo
que ahora se derrumba ignominiosamente bajo el peso de sus propias
contradicciones aplastándolos incluso a ellos.
En el Paraguay hay quiebra moral, eso es evidente para
cualquiera. Pero se trata de la quiebra moral de la dirigencia, de
la gente que salió de los colegios bien, lo que no le sirvió para
respetar las normas democráticas y la voluntad del pueblo, ni le
sirve para ser decente en la vida.
Los obispos dicen que el abuso de poder de los políticos
(derivado de la inmoralidad) es la causa principal de la crisis y
tienen razón. Pero el abuso no es de ahora, sino que se consolidó
con el golpe de marzo del 99 y, especialmente, con la aberrante
resolución de la Corte Suprema del Poder Judicial que suprimió el
derecho del pueblo a elegir gobierno.
La Iglesia Católica Apostólica Romana estuvo de acuerdo con
eso y, en realidad, fue una de las artífices del vigente régimen.
Estaría muy bien, pues, que reconozca las consecuencias de sus
actos.
Por sus frutos los conoceréis decía Jesús. La
escandalosa situación actual, signada por la corrupción, el crimen
y el empobrecimiento general, es el resultado necesario y lógico de
las premisas sobre las que se construyó el marzo paraguayo.
El 25 de marzo de 1999 lo anunciamos y lo señalo al sólo
efecto de hacer ver que es mentira que el actual estado de cosas
pudo haber ocurrido de sorpresa o por accidente. Toda persona
medianamente ilustrada sabía entonces, como sabe hoy, que nada
bueno puede surgir de trampas tan repugnantes como la que se le
tendió al Paraguay desde setiembre de 1997.
Los obispos católicos, y el Vaticano, tienen una deuda con
el país y la pueden pagar con creces en la medida en que se
conviertan en la fuerza impulsora de la restauración del derecho
del pueblo paraguayo a elegir a sus gobernantes.
Es de esperar que los jerarcas eclesiásticos no se queden en
las promesas y hagan algo más que pronunciar discursos.
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