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Promesa episcopal

Enrique Vargas Peña 

22 de julio de 2001

        La Iglesia Católica, que es una de las fuerzas dominantes de la sociedad paraguaya, promete un giro radical en su posición frente al gobierno que preside el senador Luis Ángel González Macchi, mediante una Carta Pastoral del episcopado.

        Los obispos llaman a reconstruir la moral del pueblo. Sin embargo, lo que urge reparación en el país es la moral de la autonombrada dirigencia nacional, el grupo de personas que sin el consentimiento ciudadano se adueñó del poder el 28 de marzo de 1999.

        Esta dirigencia no incluye solamente a los políticos, sino a los empresarios que apoyaron la funesta aventura del marzo paraguayo que ahora se derrumba ignominiosamente bajo el peso de sus propias contradicciones aplastándolos incluso a ellos.

        En el Paraguay hay quiebra moral, eso es evidente para cualquiera. Pero se trata de la quiebra moral de la dirigencia, de la gente que salió de los colegios bien, lo que no le sirvió para respetar las normas democráticas y la voluntad del pueblo, ni le sirve para ser decente en la vida.

        Los obispos dicen que el abuso de poder de los políticos (derivado de la inmoralidad) es la causa principal de la crisis y tienen razón. Pero el abuso no es de ahora, sino que se consolidó con el golpe de marzo del 99 y, especialmente, con la aberrante resolución de la Corte Suprema del Poder Judicial que suprimió el derecho del pueblo a elegir gobierno.

        La Iglesia Católica Apostólica Romana estuvo de acuerdo con eso y, en realidad, fue una de las artífices del vigente régimen. Estaría muy bien, pues, que reconozca las consecuencias de sus actos.

        “Por sus frutos los conoceréis” decía Jesús. La escandalosa situación actual, signada por la corrupción, el crimen y el empobrecimiento general, es el resultado necesario y lógico de las premisas sobre las que se construyó el marzo paraguayo.

        El 25 de marzo de 1999 lo anunciamos y lo señalo al sólo efecto de hacer ver que es mentira que el actual estado de cosas pudo haber ocurrido de sorpresa o por accidente. Toda persona medianamente ilustrada sabía entonces, como sabe hoy, que nada bueno puede surgir de trampas tan repugnantes como la que se le tendió al Paraguay desde setiembre de 1997.

        Los obispos católicos, y el Vaticano, tienen una deuda con el país y la pueden pagar con creces en la medida en que se conviertan en la fuerza impulsora de la restauración del derecho del pueblo paraguayo a elegir a sus gobernantes.

        Es de esperar que los jerarcas eclesiásticos no se queden en las promesas y hagan algo más que pronunciar discursos.

    

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