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La misión de la OEA

Enrique Vargas Peña

21 de julio de 2000

   

          Se encuentra en el país una misión de observadores electorales de la Organización de Estados Americanos (OEA) y, según sus propios integrantes, su trabajo es garantizar por la pureza del acto electoral previsto para el 13 de agosto.

         Las misiones electorales de la OEA, en realidad, han servido para legitimar los fraudes más escandalosos realizados en el continente americano. Ni una elección limpia habida en la región se debe a acción alguna de la OEA y muchas sucias recibieron su aval.

         Para mencionar apenas dos ejemplos, se tiene la elección paraguaya de 1993, viciada por el atraco del que fue víctima el partido Colorado, cuyos afiliados habían elegido candidato presidencial al Dr. Luis Maria Argaña y complicada además, por denuncias serias de manipulación de actas, a las que no se dio importancia alguna.

         Estas últimas no me las refirió nadie, pues fui, con el Dr. Heriberto Alegre, uno de los encargados de recibirlas en la Junta Electoral Central.

         La OEA, que tenía entonces en nuestro país a una frondosa delegación, encabezada por su secretario general, hizo oídos sordos. Recuerdo que la observadora destacada a la recepción de actas, de nacionalidad uruguaya, desestimó nuestras denuncias sobre las numerosísimas que llegaban abiertas o impropiamente cerradas.

         El hecho de que el candidato derrotado en mayo de 1993, Domingo Laíno, se haya convertido luego en aliado de quien se benefició de las irregularidades de la elección, no las hace desaparecer y mucho menos las legitima.

         El otro ejemplo de lo que es la OEA es la reciente parodia electoral en la cual el dictador peruano Alberto Fujimori realizó el acto formal que necesitaba para seguir empotrado en el poder en su país.

         A pesar de los informes de todas las fuentes independientes disponibles, que señalaban los vicios insalvables habidos en el proceso electoral peruano, la OEA reconoció al dictador, dejando sus “cláusulas democráticas” para cuando Estados Unidos necesite intervenir militarmente en alguno de nuestros países.

         Al final, eso es lo que la OEA ha hecho desde siempre: ser brazo ejecutor de la política regional norteamericana. Así con Cuba, así con Paraguay y así con Perú.

         Si hay alguien en nuestro país que cree todavía que la presencia de una misión de la OEA garantizará una elección limpia el 13 de agosto, debería empezar a despertar. La OEA está aquí para otra cosa muy distinta.

         Las elecciones limpias dependen de cada uno de los paraguayos, no de la OEA ni de Jimmy Carter. Depende de que los partidos concurrentes sean capaces de fiscalizar efectivamente el voto y de que tengan la voluntad política de imponer a la administración de justicia electoral local un comportamiento decente.   

 

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