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Paraguay e Italia

Enrique Vargas Peña

21 de abril de 2000

 

            El pasado domingo 16 de abril se realizaron en Italia las elecciones regionales, para elegir nuevas autoridades locales. Estas elecciones no estaban formalmente convocadas para determinar la suerte del gobierno central italiano, sino, solamente, para escoger presidentes y asambleas provinciales.

Sin embargo, en los países que tienden a respetar el sistema democrático, cualquier consulta popular es válida para que las fuerzas políticas pidan al electorado un pronunciamiento sobre el gobierno y así lo hizo la oposición italiana en estas elecciones regionales: solicitó a los electores que voten por sus candidatos para castigar al gobierno.

La respuesta del electorado fue clara. Una mayoría incuestionable votó por los candidatos de la oposición, propinando al gobierno una significativa derrota política.

Hasta allí las conductas de Italia y Paraguay son iguales. Los seres humanos se comportan del mismo modo en todas partes, castigando electoralmente a los malos gobiernos cuando se les da la oportunidad de hacerlo.

El pueblo paraguayo castigó duramente al desastroso gobierno de Juan Carlos Wasmosy, votando contra sus candidatos Laíno y Filizzola, el 10 de mayo de 1998 y volvió a hacerlo ahora, el pasado 9 de abril, cuando acató mayoritariamente el llamado de Lino Oviedo a hacer el vacío este inmerecido gobierno de los Argaña y Wasmosy que sufrimos, en la interna del partido Colorado.

Pero en ese mismo momento las costumbres de Paraguay e Italia se separan hasta tomar rumbos opuestos.

En Italia, el gobierno derrotado acata el deseo del pueblo y se realizan los ajustes que se deducen del mandato electoral. En Paraguay, los derrotados conspiran para desconocer la victoria de los vencedores y, lo que es peor, para restringir el derecho del pueblo a castigar a los malos.

Si los paraguayos hubiéramos tenido políticos como los italianos, que no son ángeles pero que actúan con un mínimo “fair play” (juego limpio) en la democracia, el 11 de mayo de 1998 nadie hubiera empezado a proyectar una ley anti-indulto para impedir el cumplimiento de la voluntad popular; mucho menos se hubiera violado el orden jurídico para evitar que el presidente más legítimo de la historia paraguaya cumpliera con el mandato electoral recibido y definitivamente no se hubiera producido un golpe de Estado como el que en marzo de 1999 entronizó en el poder a los que ahora están derrumbando al país.

Si los paraguayos hubiéramos tenido políticos la mitad de decentes que los italianos, lo que no es mucho pedir, el pasado 10 de abril se habría reconocido la derrota de Félix Argaña y de los que usurpan el poder en el partido Colorado.

Lastimosamente no los tenemos. Yoyito Franco, Wagner, Galaverna, el Encuentro Nacional, etc. ni siquiera quieren ser como los políticos italianos; prefieren parecerse a los haitianos, a los ruandeses o, peor, buscan el título mundial, como en la corrupción. Prefieren comerse entre ellos antes que respetar la voluntad del pueblo.