El
gobierno de Fernando Henrique Cardoso es, con el norteamericano de
Bill Clinton, el sostén principal, por no decir único, del
gobierno que preside en Paraguay el senador Luis Ángel González
Macchi.
El gobierno de Cardoso, a sabiendas, ha estado tolerando en
Paraguay la comisión de atropellos contra los derechos humanos,
prestando reconocimiento y soporte al grupo que, en marzo de 1999,
abolió los mandatos surgidos de la voluntad libre del pueblo
paraguayo para reemplazarlos por otros, pergeñados tras las verjas
de las embajadas de Brasil, de Estados Unidos y del Vaticano por
unos pocos políticos desleales.
Cardoso hizo con Perú lo mismo que está haciendo con
Paraguay. Allí apoyó con todo lo que pudo a la dictadura siniestra
del japonés Fujimori, el tiranuelo tan admirado por Juan Carlos
Wasmosy, llegando incluso a avalar el fraude electoral sin
precedentes que para perpetuarse en el poder llevó a cabo el citado
oriental en las recientes elecciones peruanas.
El intelectual de izquierdas, pero sin moral, que desde
Brasilia preside los destinos de la mayor nación de Sudamérica, no
tuvo empacho alguno en hacer la vista al costado cuando le señalaban
lo que ocurría en Perú como no tiene vergüenza alguna en hacer lo
mismo cuando le muestran lo que, desde marzo del 99 se hace en
Paraguay.
Pero ahora Cardoso se encuentra con el caso del periodista
brasileño Maury Konig, del diario O estado do Paraná que se
encontraba haciendo una investigación periodística cuando fue
detenido y torturado por personal que dijo pertencer a las fuerzas
de seguridad de su gobierno paraguayo, uno de los cuales incluso
estaba en uniforme oficial.
La tortura y
el terror que amenazan a cada paraguayo desde marzo de 1999,
alcanzó finalmente a la ciudadanía brasileña a cuyo supuesto
servicio el presidente Cardoso mantiene al gobierno paraguayo que
opera de esa manera.
Cardoso se lavará las manos, como siempre, aceptando
seguramente la versión que habrá ya ordenado difundir a sus títeres
paraguayos, pero el hecho cierto es que el caso de Konig puede
permitir, de no mediar las presiones que suelen usar los
inescrupulosos para silenciar los hechos, exponer ante la opinión pública
brasileña la escandalosa política que su gobierno ha seguido en
Paraguay.
Una política que no es escandalosa tanto por la manera en
que se han hecho prevalecer algunos intereses del gobierno brasileño,
como porque para hacerlo se ha abandonado todo límite moral,
apoyando a un gobierno en Asunción que está envuelto no solamente
en hechos de corrupción y tortura que no se habían visto en el país
desde la caída de Alfredo Stroessner (1989) sino en el esfuerzo
persistenta y sistemático por limitar la democracia en Paraguay.
Fernando Henrique Cardoso no es inocente de lo que sucede en
Paraguay y tiene responsabilidad en los hechos que afectan a Maury
Konig pues él, Cardoso, es uno de los pocos pilares en que se
sustenta el régimen paraguayo.
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