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Las recomendaciones de Marcelo

Enrique Vargas Peña

20 de julio de 2000

   

Según informes de prensa, mi antiguo amigo Marcelo Duarte, diputado nacional con vocación de fiscal, resolvió hace un tiempo plegarse, en cierta manera, al llamado a castigar al régimen en las elecciones previstas para el 13 de agosto que había realizado antes de su detención en Brasil el jefe de la oposición paraguaya, Lino Oviedo.

Dicen que Marcelo pide a la gente que vote en blanco o que anule su voto porque ninguno de los candidatos en pugna le satisface plenamente y que ni Félix Argaña ni Yoyito Franco merecen su confianza para desempeñar la vicepresidencia de la República.

De mis recuerdos, deduzco que Marcelo hubiera preferido la candidatura de Guillermo Caballero Vargas, su mentor, o la de Juan Carlos Wasmosy, su referente político.

No sé cómo resolverá Marcelo la aparente contradicción entre su posición y la de “Guillermo” (así llaman sus prosélitos a Caballero Vargas), dado que el padre del Encuentro Nacional se plegó a la campaña de Félix.

Aunque, en beneficio de mi antiguo amigo tengo que decir que las contradicciones, aparentes o reales, jamás le impidieron llevar adelante sus proyectos.

Pero es probable que dicha apariencia sea consecuencia de los diferentes enfoques que sobre las elecciones previstas para el 13 de agosto tienen Wasmosy y “Guillermo” y que Marcelo, para no disgustar a ninguno, haya resuelto emular a Pilatos, lavándose las manos.

Si se observa bien, son muchos los que están tratando de lavarse las manos, haciendo incluso el ridículo, para que no se les asocie con este desastroso gobierno que ayudaron con tanto empeño y tanta cortedad de miras a construir.

Sin embargo, si esto es así, Marcelo se ha expuesto a que los zelotes del régimen, esos que él ha criado y alimentado, le pidan cuentas.

Los aliados de mi antiguo amigo podrían estar disgustados, pues las coincidencias con el oviedismo han llegado a constituir un delito penado con la cárcel en el Paraguay.

La coincidencia de Marcelo con Oviedo en la necesidad que tenemos los paraguayos de castigar a la dictadura, de hacerle sentir el repudio que generan su incompetencia y sus arbitrariedades es un pecado grave para aquellos que se están enriqueciendo y ocupando espacios cada vez mayores de poder.

Resulta paradójico que quien contribuyó de la manera más significativa a convertir a este en el país de la intolerancia sea el que termine ahora arriesgándose a perder en su propio juego.

Marcelo tal vez olvidó que las revoluciones siempre terminan devorando a sus propios autores. 

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