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El uso de las elecciones

Enrique Vargas Peña

19 de octubre de 2000

 

        Está recrudeciendo la presión que sobre el Congreso ejercen los partidarios de unificar las elecciones nacionales y municipales, a caballo del remanido, y en realidad único, argumento según el cual el derecho del pueblo a pronunciarse sobre los asuntos públicos "traba y dificulta el desarrollo".

        Lo que impresiona en esta cuestión es ese argumento, que está expuesto por personas que indudablemente creen que son demócratas y que indudablemente también ignoran quiénes son los que usaron antes ese argumento y con qué resultados.

        La idea según la cual las elecciones dificultan el desarrollo fue utilizada de manera intensiva por tres figuras notables del Siglo XX: Vladimir Illich Ulianov (Lenin), Benito Mussolini y Adolfo Hitler.

        En Paraguay, dicha idea fue aplicada por el padre del modelo autoritario que estuvo en vigencia hasta febrero de 1989, el general José Félix Estigarribia.

        Históricamente, la aversión a las elecciones es propia de la derecha religiosa, cualquiera sea el libro sagrado que sustente a tal derecha.

        Por el otro lado, la idea de elecciones frecuentes fue sostenida siempre por los partidos liberales y, en la Constituyente de Filadelfia, que redactó la magnífica Constitución de Estados Unidos, se sostuvo la tesis, consagrada luego en dicho insuperado documento, de que las mejores elecciones eran las más frecuentes pues el control inmediato del pueblo sobre sus representantes y mandatarios sería la mejor garantía de que el sistema tendería a asegurar la prosperidad del país.

        Es evidente por sí mismo que los constituyentes norteamericanos tuvieron algo de razón y que Hitler, Mussolini, Lenin, Estigarribia y la derecha religiosa no pudieron montar más que maquinarias de terror para forzar a la gente a trabajar en proyectos que le eran impuestos sin consulta.

        Los que Hitler y sus semejantes construyeron así, son hoy meros recuerdos dolorosos del Siglo XX, no solamente por la crueldad incalificable a que llegaron, sino por el poder omnímodo que lograron mediante la restricción del poder electoral del pueblo.

        Paraguay no está en ruinas por las pocas elecciones que tiene cada cinco años. Está en ruinas porque no se respetan los resultados de esas elecciones ni los mandatos que de ellas se derivan. Nuestro país está en ruinas porque se hace trampa en las elecciones y no porque haya elecciones.

 

   

 

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