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Tierna podredumbre

Enrique Vargas Peña

18 de agosto de 2000

  

Uno no se da cuenta de lo que significa realmente la moral stronista hasta que le toca sufrirla en carne propia. Uno tal vez cree que puede convivir con ella, en cierta forma adaptarse, de alguna manera incluso aprovecharse de ella hasta que ella hiere con toda su fétida podredumbre.

         Allí han estado, por ejemplo, numerosos integrantes de la auto erigida elite del Paraguay diciendo que es necesario que los argañistas “ganen” las elecciones del pasado 13 de agosto de cualquier manera, a como de lugar.

Y peores que ellos, están los otros, los integrantes “decentes” de la oligarquía paraguaya, admitiendo el fraude electoral como han estado consintiendo la corrupción, el nepotismo y la dictadura.

Para la moral stronista el fin justifica los medios. Si para destruir a un adversario, sea Oviedo, sea quien sea, hay que pisotear el debido proceso, robar elecciones, o llegar a cualquiera de los extremos a que han llegado en el Paraguay, pues se aplasta el derecho, se vulnera el voto o se comete cualquier fechoría necesaria.

Cuando, antes de 1989, algunos pocos hombres, hombres en el sentido más cabal del término, denunciaban que el crimen mayor del stronismo era haber vaciado a los sectores superiores de la sociedad paraguaya de contenido moral, reemplazando los valores por el oportunismo, muchos despreciamos irresponsablemente la llamada de atención.

Hoy, el país entero paga las consecuencias.

Esto no se detiene en el saqueo de los recursos públicos, ni el reiterado desconocimiento de la voluntad popular. Esto llega hasta los más recónditos aspectos de la vida cotidiana.

La moral stronista no se detiene ante nada, viola por igual a la familia, a la amistad, al amor. La elite paraguaya no puede diferenciar un robo de un negocio y no hay vínculo ni pacto, por más apreciables que sean, que sus integrantes no estén dispuestos a matar en busca de satisfacer sus sórdidas apetencias.

La “Hilux” 4x4, el viajecito a Miami, el contratito del Estado (sin licitación, por supuesto), el golpe financiero, reemplazan entre los oligarcas a la ética del capitalismo. Entre ellos se quieren según el valor de sus autos. Cualquiera puede verlos paseando su desfachatez por Asunción, despreciando a un pueblo al que están dejando exánime para seguir con su escasa vergüenza.

Pero la moral stronista se cobra siempre la cuenta. Nadie puede aprovecharse de ella sin convertirse, más temprano o más tarde, en un fracaso existencial obligado a internarse cada vez más en un vacío que los oligarcas no pueden intentar llenar más que con vanidades destructivas. Hay que verlos de viejos, nadando en banalidades para no pensar.

            Mientras los paraguayos no comprendamos esto, mientras no entendamos que el fin no justifica los medios y que el mundo no termina en la cuenta de plata dulce, no lograremos afianzar la democracia y seguirán habiendo fraudes. Peor aún, mientras no enfrentemos el problema, estaremos exponiendo a nuestros hijos a ser contaminados con esa moral stronista y, finalmente, no lograremos salir del pozo de insignificancia en el que estamos sumergidos desde hace mucho, mucho tiempo. 

 

   

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