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La moral de los obispos

Enrique Vargas Peña 

18 de abril de 2001

Los obispos católicos están tratando ahora, casi cuatro años después del inicio de los hechos que el 28 de marzo de 1999 terminaron formalizando el final de la transición paraguaya a la democracia, de que se crea que ellos no sabían que había una falla moral en la alianza entre Juan Carlos Wasmosy, Guillermo Caballero Vargas, Domingo Laíno, los restos del argañismo, los intereses norteamericanos y brasileños y ellos mismos.

Desde que el 27 de diciembre de 1992 el grupo que apoyaba a Wasmosy resolvió desconocer la voluntad popular, era evidente que había fallas morales graves en esa alianza a la que, a partir de 1997 se sumó, sorprendentemente, su primera víctima, Luis María Argaña.

Pero la Iglesia Católica guardó silencio.

Y lo hizo por la menos moral de las razones: por interés pecuniario.

Eso es lo que nadie se atreve a decir en el Paraguay. Los obispos alquilaron el apoyo del catolicismo porque Wasmosy, Pedro Fadul y la Asociación de Empresarios Cristianos son sus mayores contribuyentes y porque desde que se adueñaron del poder, en 1993, reforzaron las contribuciones del Estado a la Iglesia.

Ahora, pues, cuando el daño inmenso ya está hecho, cuando el país se derrumba debido a la inmoralidad que se proyecta desde el poder, la Iglesia habla, como si alguien pudiera olvidar su anterior silencio y su complicidad.

La responsabilidad de la Iglesia Católica Apostólica Romana en la crisis paraguaya es superlativa. Es mayor que la de Wasmosy y sus secuaces.

Se preguntaba el pasado domingo el embajador del Papa Juan Pablo II qué habían hecho por el país los colegios católicos.

La respuesta es triste. Formaron e informaron a esa elite paraguaya de la que Wasmosy es campeón, jefe y ejemplo. En los colegios de la Iglesia se incubó esto que ahora sufre el Paraguay. Sus alumnos son los que hacen fraudes electorales, golpes de Estado, contrabandos, robos, prevaricatos.

No solamente eso. La Iglesia tiene una responsabilidad aún más profunda, si cabe. Todo en el Paraguay se hizo con, por y para la Iglesia, hasta bien entrado el siglo XX, de manera que Ella no tiene derecho a imputar a otros lo que son sus propias fallas.

La Iglesia tiene todavía la posibilidad de hacer un servicio al país, pidiendo perdón, como lo pide el Papa sobre los numerosos asuntos en los que la Iglesia ha fracasado, causando daño.

Que pidan perdón los obispos por haber apoyado el derrocamiento de un gobierno legítimo y constitucional, que pidan perdón por haber callado ante la cultura de la muerte que sus alumnos han impuesto al Paraguay.

Con eso, darán una señal clara acerca del propósito de enmienda y de la necesidad del cambio.

   

    

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