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Límite y cambio

Enrique Vargas Peña

16 de octubre de 2000

  

        A medida que avanza el deterioro de la situación nacional y la caída del nivel de vida de la sociedad paraguaya, aumenta el número de los que se pregunta cuál es el límite al que hay que llegar para que el cambio se haga inevitable.

         Suponen, quienes formulan esa cuestión, que alcanzado cierto grado de descomposición, las sociedades entran en un proceso automático y natural de depuración, que puede ser la Revolución Francesa tanto como el gobierno de Menem.

         Se equivocan. No hay matemáticas en la vida de las sociedades y, como demuestran cabalmente los casos de Haití y los de las sociedades africanas subsaharianas, no hay límites para el deterioro cuando no existe una fuerza social capaz de plantear el cambio.

         Las llamadas “condiciones objetivas” del cambio no lo producen cuando no están acompañadas de las “condiciones subjetivas”, y estas últimas están lejos de producirse en el Paraguay aún cuando las primeras se vienen produciendo desde hace ya mucho tiempo.

         Por ejemplo, la crisis bancaria, que aquí eclosionó en abril de 1995 y que en países como Venezuela, México y Ecuador determinó el derrumbe del régimen institucional, aquí no produjo más efecto que la formación de un pequeño grupo de gente que protesta, encabezado por el ingeniero Otazú Montanaro.

         No hay en el Paraguay fuerza política alguna que plantee la necesidad de un cambio real o que pretenda usar al Estado con fines diferentes a los que tiene ahora.

         El oviedismo, que es tal vez la fuerza con mayor potencial para hacerlo, tiene en su interior elementos gravitantes que no son capaces de superar la concepción de la política que ha arrastrado al Paraguay a la penosa situación en que se encuentra.

         Tiene también elementos gravitantes tan radicalizados acerca de lo que hay que hacer que pierde la oportunidad de conectarse con un espectro más amplio de la sociedad ocasionando temor y resistencia en mucha gente y en la comunidad internacional.

         El Paraguay requiere, antes que cualquier otra cosa, de un nuevo sistema moral que constituya una ruptura con el heredado del stronismo. La moral stronista, simbolizada por el enfermizo deseo de alcanzar la Hilux 4x4 que mueve a los sectores pudientes de la sociedad y resumida en la frase atribuida a Maquiavelo “el fin justifica los medios”, es la causa principal que ha impedido la consolidación de la democracia y la consecuente corrección del modelo socio-económico.

         Mientras eso no se comprenda adecuadamente, no habrá cambios reales en el Paraguay y se verá que el pozo no tiene fondo, que no hay límites para el deterioro, que podemos llegar a situaciones tan extremas como la de Somalía y, sin embargo, seguir cayendo. 

          

   

 

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