Las
agencias noticiosas dicen que los operadores de los bancos de
inversión han descartado que Estados Unidos sancione de cualquier
manera al régimen peruano de Alberto Fujimori pues este garantiza
dos elementos que para los administradores de los flujos de
capitales son esenciales: la gobernabilidad y las reformas económicas.
Estados Unidos realizó, ciertamente,
severos cuestionamientos al proceso que condujo a la confirmación
de Fujimori para un tercer periodo presidencial, pero desde un
primer momento estuvo claro que lo hacia más por razones de política
interna que para salvaguardar la democracia en Perú.
Se recordará que Fujimori despojó de la nacionalidad
peruana, en un proceso viciado, al periodista Baruch Ivcher,
propietario de la única cadena televisiva peruana que mantenía una
línea editorial independiente.
Al despojarlo de la nacionalidad, Fujimori pudo entregar la
cadena televisiva a sus partidarios, pues en Perú no está
permitido a los extranjeros poseer medios de comunicación.
Pero resulta que Ivcher es miembro de la comunidad judía y
lo primero que hizo al salir del Perú fue refugiarse en el seno de
la colectividad judía norteamericana, la más poderosa del mundo,
fuerza harto influyente en la política interna de Estados Unidos.
Ivcher demandó allí atención al problema peruano y obtuvo
notables éxitos. Para aplacar ese frente es que el presidente
norteamericano Clinton cuestionó el proceso electoral peruano, a
sabiendas de que no iría más allá de la crítica formal.
Esa es la razón por la que, tras bambalinas, Estados Unidos
alentó a Brasil y Argentina a impulsar en la OEA una posición
sobre el proceso electoral peruano que le relevara de adoptar
sanciones.
La OEA resolvió que el fraude electoral y todas las demás
irregularidades que permitieron a Fujimori asegurarse la reelección,
eran asunto interno del Perú, exentas, por tanto, de ser
incluidas en la jurisdicción de la Resolución 1080 de Defensa de
la Democracia, que fue convertida en papel mojado.
En realidad, la democracia no le interesa a Clinton. Ni para
América Latina, ni para Estados Unidos. Siendo un hombre que ha
demostrado suficientemente su falta de escrúpulos, se comporta más
como el Príncipe de Maquiavelo que como sucesor de Jefferson. Jamás
estuvo la presidencia norteamericana en manos de un hombre tan falto
de contenido moral como con Clinton.
Lo que le interesa, pues, es la gobernabilidad y las
reformas. Gobernabilidad es el eufemismo que usan ahora los
autoritarios para referirse a la estabilidad en el poder de los que
mandan y reformas es el que usan para referirse al establecimiento
de privilegios comerciales de los que obtienen enormes beneficios.
Hay que ver que estas reformas de las que hablan, nada tienen
que ver con la desregulación y la desmonopolización de los
mercados, sino con la privatización de monopolios públicos y la
concesión de licencias libres de competencia.
Eso explica que, a diez años de iniciada la reforma
neoliberal en América Latina, no haya crecido el número de
propietarios y sí el de proletarios, el de pobreza, el de exclusión
y miseria.
Y Perú es uno
de los países ejemplares de gobernabilidad y reformas
clintonianas.
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