El
Banco Central del Paraguay se ha visto obligado a modificar su
estimación de crecimiento económico, a escasos dos meses de terminar
el año,
desde el 3.5% que anunció a fines de 1999 hasta un modesto, pero
igualmente exagerado 1.8% ahora.
Lo cierto es que la economía no crecerá siquiera ese ínfimo
1.8%, pues en la estimación oficial se está incluyendo el aporte del
sector público al Producto Interno Bruto, inflado con créditos
externos que se dilapidaron en gastos corrientes o de consumo.
Los técnicos del Banco Central han tenido que reconocer que la
actividad
productiva genuina ha mantenido su creciente ritmo de contracción y,
sin embargo, el gobierno no ha dado señal alguna que permita abrigar
esperanzas acerca de que sabe qué es lo que hará para detener el
deterioro.
El gobierno alega en su descargo que el clima de inestabilidad
política fue un factor determinante en la situación, como si el
largo primer año de su gestión no hubiera tenido el mayor apoyo
parlamentario que gobierno alguno tuvo desde el inicio de la transición,
en 1989, y como si, tras el alejamiento del partido Liberal, se
hubiera planteado alguna vez, en forma seria, su derrocamiento.
La verdad es que el gobierno solo ha puesto al país en la
situación en que
está y que el descontento general que su gestión genera no es
responsable del desastre, sino su consecuencia.
Nadie, en el mundo político o académico, ha formulado alguna
proposición creativa para salir del atolladero y existe allí un sórdido
consenso sobre la necesidad de aumentar la presión impositiva sobre
los pocos que pagan demasiado.
Las recetas que funcionaron en todas partes (reducción de
impuestos, privatizaciones, desregulación, flexibilización laboral,
achicamiento draconiano de la burocracia) no figuran aquí en los
programas ni en el léxico de los políticos encargados de hacer o
controlar el presupuesto del Estado ni en el de los expertos que
analizan la situación.
Lo único que parecen saber hacer es crear más inspectores que
atosigan a
los contribuyentes y aceleran, por eso mismo, el ritmo de la contracción
económica.
El Paraguay terminará siendo un país de funcionarios famélicos,
agradecidos a los caciques a los que servirán por los miserables
salarios que recibirán a cambio de aterrorizar a una población
depauperada con multas y sanciones impuestas por no poder sostener la
riqueza de aquellos pocos privilegiados.
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