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País decreciente

Enrique Vargas Peña

14 de noviembre de 2000

           

          El Banco Central del Paraguay se ha visto obligado a modificar su estimación de crecimiento económico, a escasos dos meses de terminar el año, desde el 3.5% que anunció a fines de 1999 hasta un modesto, pero igualmente exagerado 1.8% ahora.

        Lo cierto es que la economía no crecerá siquiera ese ínfimo 1.8%, pues en la estimación oficial se está incluyendo el aporte del sector público al Producto Interno Bruto, inflado con créditos externos que se dilapidaron en gastos corrientes o de consumo.

        Los técnicos del Banco Central han tenido que reconocer que la actividad productiva genuina ha mantenido su creciente ritmo de contracción y, sin embargo, el gobierno no ha dado señal alguna que permita abrigar esperanzas acerca de que sabe qué es lo que hará para detener el deterioro.

        El gobierno alega en su descargo que el clima de inestabilidad política fue un factor determinante en la situación, como si el largo primer año de su gestión no hubiera tenido el mayor apoyo parlamentario que gobierno alguno tuvo desde el inicio de la transición, en 1989, y como si, tras el alejamiento del partido Liberal, se hubiera planteado alguna vez, en forma seria, su derrocamiento.

        La verdad es que el gobierno solo ha puesto al país en la situación en que está y que el descontento general que su gestión genera no es responsable del desastre, sino su consecuencia.

        Nadie, en el mundo político o académico, ha formulado alguna proposición creativa para salir del atolladero y existe allí un sórdido consenso sobre la necesidad de aumentar la presión impositiva sobre los pocos que pagan demasiado.

        Las recetas que funcionaron en todas partes (reducción de impuestos, privatizaciones, desregulación, flexibilización laboral, achicamiento draconiano de la burocracia) no figuran aquí en los programas ni en el léxico de los políticos encargados de hacer o controlar el presupuesto del Estado ni en el de los expertos que analizan la situación.

        Lo único que parecen saber hacer es crear más inspectores que atosigan a los contribuyentes y aceleran, por eso mismo, el ritmo de la contracción económica.

        El Paraguay terminará siendo un país de funcionarios famélicos, agradecidos a los caciques a los que servirán por los miserables salarios que recibirán a cambio de aterrorizar a una población depauperada con multas y sanciones impuestas por no poder sostener la riqueza de aquellos pocos privilegiados.

   

 

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