El
modelo, por darle algún nombre, instaurado por la oligarquía
paraguaya, que es una especie de reedición sin justificativos ni
equilibrios del sistema usado por Alfredo Stroessner para mantenerse
en el poder, tiene sus ganadores.
Stroessner, que siguió en esto los lineamientos clásicos
establecidos por Luis XIV para dar base social a su programa político,
consintió el surgimiento de un número determinado de privilegios
otorgados principalmente mediante cargos y contratos públicos.
Estos privilegios debían retribuirse con lealtad, una
fidelidad que, además, debía extenderse a las clientelas económicas
formadas por cada uno de los titulares de privilegios.
Se creo así una nueva clase en Paraguay, distinta, aunque no
contrapuesta ni aislada, de la que hasta entonces había tenido los
hilos del poder económico en el país.
En realidad, hasta donde es posible hacerlo en una república,
Stroessner alentó el establecimiento de vínculos familiares entre
su nueva clase y la anterior, con el fin de domesticar también a
esta última.
Durante el stronismo, esta nueva clase, cuyo símil externo
podría ser, con algunas reservas, la nomenklatura de Milovan
Djilas, no tenía, en sí misma, poder alguno. Todo lo que tenía
era una delegación de poder.
Esa es la razón por la que los otros dos grandes sustentos
sociales del stronismo, las bases del partido Colorado y la
oficialidad de las Fuerzas Armadas, no se resintieron con la situación,
pues ellas se consideraban a sí mismas, y eran en la realidad,
iguales a la nueva clase ante Stroessner.
De hecho, el sistema era abierto entre sus componentes, lo
que explica su sorprendente dinamismo, adaptabilidad y capacidad de
supervivencia.
La nueva clase de ese esquema es la que en 1989 ideó y llevó
a la práctica el golpe militar que derribó a la dictadura de
Stroessner, por la consideración, estrictamente crematística, de
que el anciano general, que les había dado todo lo que eran y tenían,
se había convertido en un estorbo para la continuidad de sus
negocios.
Pero
al hacerlo, rompieron los equilibrios del sistema, que los tenía, y
fueron arrastrados por los axiomas enunciados por Lord Acton: el
poder corrompe; el poder tiende a concentrarse; el poder tiende a
excluir.
El
primer síntoma de la gravedad de esa ruptura fue el fraude mediante
el cual Juan Carlos Wasmosy, jefe y campeón de la nueva clase,
conquistó la presidencia de la República entre diciembre de 1992 y
agosto de 1993.
El
sistema se completó con el golpe del 28 de marzo de 1998, en el que
directamente se resolvió formalizar la existencia de un gobierno no
elegido por el pueblo.
Un
grupo muy pequeño, cada vez más pequeño, detenta ahora la
potestad para usufructuar el sistema de privilegios que usaba
Stroessner, sin darse cuenta de que al hacerlo de manera tan
incompleta, han sometido a la economía a un proceso cada vez más
recesivo que arrastra inevitablemente incluso al creciente número
de oligarcas que van quedando en los anillos exteriores del poder.
Los ganadores son cada vez menos, los perdedores cada vez más. Es
cuestión de tiempo que los últimos pidan cuenta a los primeros.
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