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La caida de Oviedo

Enrique Vargas Peña

13 de junio de 2000

    

El domingo 11, a las 17:00 horas (local – 21:00 GMT) aproximadamente, fue capturado y arrestado el general Lino Oviedo, jefe de la oposición paraguaya, en un departamento de la ciudad de Foz de Iguazú, Brasil, por fuerzas de la policía federal brasileña.

Los detalles que rodean al hecho han sido extensivamente tratados por le medios de comunicación paraguayos, argentinos, brasileños y norteamericanos, y han recibido la atención del resto el mundo, por lo que no hace falta redundar.

Tampoco interesa aquí, de momento, especular como hacen muchos analistas, sobre si Oviedo se entregó o cayó; sobre si es una jugada suya o un agotamiento de su capacidad de vivir en la clandestinidad.

Lo importante es determinar qué consecuencias tiene este hecho para la oposición y para la democracia paraguayas.

En un primer momento, la caída de Oviedo provocó un efecto desmoralizador grave en la oposición.

También produjo, en ese primer momento, un efecto desarticulador para todas aquellas pequeñas fuerzas políticas que veían, al menos potencialmente, en Oviedo un eje aglutinador de la resistencia a la dictadura.

Y produjo, finalmente, una sensación de euforia en el propio régimen que ha estado dedicando toda su vida a convertir a Oviedo en la causa de todos los males del Paraguay.

Pasado ese primer momento, las cosas están volviendo lentamente a un cauce.

Oviedo preso, aquí o en Brasil, no es lo mismo que Oviedo mudo. Lo contrario es la verdad. Oviedo preso, dondequiera, seguirá siendo el jefe de la oposición y no será ni el primero ni el último líder opositor preso.

El régimen necesita a Oviedo mudo, pero para eso necesita también acabar con la ficción de libertad de prensa que existe en el país. Desde el 18 de mayo, la dictadura está caminando firmemente en busca de ese propósito.

El otro camino que el régimen tiene para enmudecer a Oviedo es demasiado riesgoso, al menos a corto plazo, aunque la dictadura que mató ya a José “Coco” Villar es capaz de muchas cosas.

Si Oviedo logra mantener su voz, seguirá siendo, cada vez más, el eje aglutinador de la resistencia a la dictadura.

Si mantiene un discurso incluyente, que llame a todas las víctimas del desastroso paso de la coalición argañista-liberal-encuentrista-wasmosista por la cosa pública, esa resistencia a la dictadura crecerá inevitablemente con Oviedo en el Chaco o en Brasil, haga lo que haga el régimen para tratar de evitarlo.

Y tratará de evitarlo mediante la invitación a exponentes de la resistencia a incorporarse al saqueo del Estado. El inconveniente de ese intento es que el Estado paraguayo está ya en quiebra y no admite nuevos saqueadores salvo que se recurra a la inflación.

La inflación, es decir, cargar sobre todos los paraguayos los gastos que generan los compromisos políticos que necesita el régimen para sobrevivir, es, desde luego, la política propuesta desde el principio por Guillermo Caballero Vargas, líder del Encuentro Nacional, y Washington Ashwell, presidente del Banco Central del Paraguay.

La euforia del régimen no está justificada, porque ahora se le acabó la excusa: ¿quién creería que Oviedo preso podría provocar sequías, inundaciones, quiebras, y demás asuntos que aquejan al Paraguay, que el gobierno imputaba sistemáticamente a la acción del general?

Sin “La” excusa a mano, ¿qué dirá el régimen al país para explicar el deterioro constante de la situación nacional?

¿Acaso cambiarán la corrupción, la politización judicial y administrativa, la parálisis gerencial, la recesión, la desconfianza, la creciente inseguridad, las falencias de salud, el caos educativo, el derrumbe de la infraestructura porque hayan capturado a Oviedo?

          La caída de Oviedo parece una victoria del régimen, indudablemente. Pero, aunque es todavía muy temprano para decirlo, puede llegar a convertirse en una victoria pírrica.

 

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