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Plebiscitar al régimen

Enrique Vargas Peña

La elección del 13 de agosto, formalmente convocada para designar al vicepresidente de la República, es una excelente oportunidad para pedir a los paraguayos su opinión sobre el régimen de marzo.

No solamente sobre González Macchi, sino sobre el régimen.

¿Qué es el régimen de marzo?

Es el sistema de gobierno que formaliza su instalación en el poder el 28 de marzo de 1999, pero cuyas raíces se encuentran en el pacto de gobernabilidad existente, al menos desde 1995, entre Juan Carlos Wasmosy y Domingo Laíno, al que se sumó, en 1997, Luis María Argaña.

El régimen consiste en la subordinación política del Poder Judicial y en el reemplazo de la soberanía popular por acuerdos entre las cúpulas partidarias y empresariales.

Es un sistema antidemocrático, oligárquico, que se respalda en la fuerza fáctica de las corporaciones que lo integran, más la que le brinda Bill Clinton para asegurar los negocios de Mark Jiménez, quien mediante ellos contribuye a sostener los gastos electorales del partido Demócrata norteamericano.

Si no proscriben a nadie, en agosto competirán, esencialmente, dos fuerzas: una oposición verdadera y los diversos abanderados del régimen, que están haciendo todo lo posible para salvar al sistema, apareciendo, incluso, como adversarios de González Macchi.

Estas fuerzas se discernirán fácilmente haciendo una simple pregunta: ¿qué harán con el régimen cuando González Macchi se vaya?

Para ganar, el régimen no necesita que triunfen sus candidatos. Necesita solamente que ningún candidato obtenga más del cincuenta por ciento.

Salvarán así el núcleo del sistema, que es el Poder Judicial sumiso que sufrimos, sin modificar en lo más mínimo las estructuras que posibilitaron la destrucción del Paraguay.

El presente régimen no permite que los elegidos por el pueblo gobiernen, tampoco permite que los representantes del pueblo defiendan a la gente, tampoco castiga a los corruptos. Este régimen permitió que quince banqueros se llevaran ochocientos millones de dólares sumiendo a la gente en la recesión. Este sistema le permite a Washington Ashwell devaluar impunemente el guaraní para pagar los gastos de la clientela del gobierno.

El régimen, en síntesis, nos empobrece.

La elección del 13 de agosto es, pues, una oportunidad para que el pueblo diga basta. Y hay una sola manera de hacerlo: votando a la verdadera oposición. Con seguridad. Sin confusiones.

Nadie afirmaría seriamente en este momento que los hombres que estuvieron comprometidos con el pacto de gobernabilidad y la construcción de este régimen hayan mostrado hasta ahora el propósito de cambiar el sistema que los hizo poderosos y ricos.

Por tanto, la fuerza que logre articular un compromiso creíble con el cambio de régimen, puede lograr el apoyo de los millones (a esta altura de los acontecimientos se puede hablar ya de millones) de paraguayos que fueron perjudicados por el sistema: los ahorristas estafados, los asalariados en guaraníes que ven evaporarse el valor de nuestra moneda, los campesinos, los que han sido despojados de derechos por razones políticas, etc.

Si ninguna fuerza lo hace, tendremos Wasmosy, Laíno, Caballero Vargas y familia Argaña por mucho, mucho tiempo más.

Si el candidato del cambio se presenta con el programa de reclamar la presidencia de la República para convocar inmediatamente a una convención constituyente originaria, o-r-i-g-i-n-a-r-i-a, destinada a abolir el régimen de marzo y triunfa por más del cincuenta por ciento de los votos, nadie podría democráticamente detener el proceso.

Un proceso que el bienestar del pueblo paraguayo necesita y requiere.