Como
todos los años desde hace mucho tiempo, los diarios de los 9 de
diciembre vienen llenos de admoniciones formuladas por los obispos
de la Iglesia Católica desde los altares de Caacupé. Y como todos
los años desde hace mucho tiempo, con dichas admoniciones nada
cambia.
¿Se trata de un ejercicio de evasión? ¿Suponen los obispos
que por declamar furibundos discursos contra los políticos obtienen
alguna forma de indulgencia celestial que les redime de sus propios
actos?
Las amonestaciones episcopales de Caacupé 2000 fueron para
la corrupción en el gobierno. Los obispos condenaron de palabra una
corrupción cuya construcción, sin embargo, protagonizaron.
En efecto, todo el mundo sabe que la Iglesia Católica fue
parte decisiva en el proceso que culminó con la instalación del
actual sistema de gobierno, un sistema que reemplazó la transición
a la democracia por la abolición de la separación de poderes y de
la participación popular en la formulación y administración de
las políticas públicas que ahora imperan.
Nadie olvida las febriles diligencias que para cambiar el
sistema de gobierno que el Paraguay buscaba desde 1989 realizaron el
Nuncio Apostólico, el obispo Cuquejo, monseñor Medina, monseñor
Yegros, los curas Cristóbal López, Humberto Villalba, Francisco
Oliva, el movimiento Schönstatt y otros apéndices del catolicismo
local.
Cualquier estudiante del bachillerato humanístico sabe que
al abolir la separación de poderes y restringir la participación
popular en el gobierno, se ponen en acción los axiomas de Lord
Acton sobre el poder (el poder tiende a concentrarse, el
poder tiende a corromper, el poder absoluto tiende a corromper
absolutamente).
La acción de la Iglesia contribuyó a establecer, y
contribuye a mantener, el sistema que ahora sufrimos los paraguayos.
Sus discursos para, supuestamente, condenar los frutos de ese
sistema son, a estas alturas, una muestra de ignorancia o de cinismo
acerca de la naturaleza del poder.
La Iglesia Católica, que además es responsable de la
inmoralidad que padecemos pues Ella formó e informó al
Paraguay, debería hacer un esfuerzo por hacer lo que pide que otros
hagan: ser honesta con el país que le
da sustento.
Es muy fácil dar lecciones a los demás. Lo difícil es
practicarlas uno mismo.
Si los obispos católicos quieren realmente contribuir con el
combate a la
corrupción,
entonces deben trabajar por restablecer el orden constitucional de
la transición a la democracia, exigiendo la reintegración de los
senadores presos o excluidos y el fin de la persecución y la
intolerancia políticas; denunciando con nombre y apellido a los
jueces que prevarican por razones políticas y sirviendo de sustento
al vicepresidente Franco para reemplazar sin violencia, pero con
firmeza y con derecho, al senador Luis Ángel González Macchi en el
ejercicio de la presidencia de la República.
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