Visita
el país el presidente argentino Fernando de la Rúa con el expreso
propósito de prestar legitimidad a la dictadura que impera en el
Paraguay, encabezada por el senador Luis González Macchi.
La diferencia más importante entre ambos jefes de Estado es
que De la Rúa fue elegido por el pueblo y González no.
El régimen que sufre el Paraguay es resultado de un golpe de
Estado militar, impulsado por Estados Unidos, Brasil y la Iglesia
Católica, que se define con la suspensión de elecciones, el fraude
electoral, la prórroga de mandatos, la proscripción de adversarios
políticos, el hostigamiento a la prensa crítica, la sumisión política
de órganos judiciales, el nepotismo y la corrupción.
La visita de De la Rúa representa pues esa cínica falta de
solidaridad democrática que hiere a América Latina de la que se
queja el escritor peruano Mario Vargas Llosa, en cuya virtud algunos
demócratas se olvidan de la democracia e igualan a un liberal como
Batlle con un autócrata como Fujimori o a un demócrata como Lagos
con un stronista como González Macchi.
Es una verdadera pena que un presidente popularmente elegido
de la Argentina haya aceptado prestarse a esta movida dictada desde
Washington, considerando la notable semejanza que existe entre el
actual proceso político paraguayo y el que sufrió el vecino país
desde 1955.
De la Rúa, que conoce lo sucedido en su país, no puede
alegar inocencia en esta visita que hace para legitimar al gorilaje
local.
Aunque los radicales de De la Rúa fueron cómplices por décadas
de la proscripción del peronismo, de las farsas electorales y de
los gobiernos ilegítimos, era de esperar que la última fase trágica
de la experiencia argentina, marcada por miles de desaparecidos por
causas políticas, les hubiera enseñado que el camino que el
presidente argentino viene a legitimar aquí está jalonado siempre
con esos siniestros abusos a los que llegó el autodenominado
Proceso de Reorganización Nacional en su país.
Lastimosamente, parece que tan amarga lección no fue
aprendida por todos los radicales, por lo que De la Rúa llega para
prestar reconocimiento a un régimen que mantiene en la cárcel a
representantes del pueblo mediante acusaciones que de esgrimirse en
Argentina, incluso en Argentina, implicarían el inmediato
procesamiento de quien las usa; a un régimen que restauró la
orden superior para conculcar derechos cívicos; a un régimen
que reivindica y repite los peores aspectos de la dictadura de
Alfredo Stroessner.
Se dirá que De la Rúa debe hacerlo por las necesidades
geopolíticas argentinas, pero entonces viene a la memoria la figura
de otro radical, de muy distinta madera, Raúl Alfonsín, quien
espantado del dolor inmenso que generó en su país la política de
exclusión de la oligarquía porteña, hizo de la causa democrática
el eje de la acción exterior argentina, por lo que jamás se prestó
a reunirse con Stroessner.
¿Qué estará pensando Alfonsín ahora, que su
correligionario viene a bendecir a los reivindicadores del
stronismo?
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