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El caso Irving

Enrique Vargas Peña

12 de abril de 2000

 

Ha sido condenado el historiador inglés David Irving por el cargo de "racista denegador del Holocausto", en base a las imputaciones de la historiadora norteamericana Deborah Lipstadt quien lo acusó por "usar datos verdaderos" para instrumentar la historia y disminuir la responsabilidad criminal del régimen nacional-socialista alemán y de Adolfo Hitler en la comisión del genocidio.

Irving sostuvo que no hubo seis millones de judíos muertos, sino un millón; que Hitler no ordenó la "solución final" en 1941 sino en 1943; que no hubo cámaras de gas en Auschwitz, sino "eliminación profiláctica de tuberculosos" entre otras afirmaciones que se contraponen violentamente a la verdad oficial.

La condena se produjo en el juicio iniciado a raíz de que Irving querelló a Lipstadt por calumnias e injurias debido a que en una obra de esta última se afirma que Irving es un admirador de Hitler.

Irving era un reputado historiador de la Segunda Guerra Mundial, algunos de cuyos estudios alcanzaron gran consideración por su seriedad y buena documentación.

Siempre he dado por sentada la veracidad del Holocausto, pero cuando veo que la historia oficial debe ser defendida mediante decretos judiciales y criminalizaciones empiezo a abrigar algunas dudas.

Si el historiador Irving ha sido capaz, como afirman sus detractores, de usar datos verdaderos que cuestionan la verdad oficial en beneficio de sus prejuicios ideológicos, la solución no es volver a la Edad Media, como se hace en Alemania, donde es un crimen pensar que el asunto del Holocausto puede ser revisado.

La ciencia, y la decencia, no admiten esa actitud represiva, más digna de Hitler que de sus víctimas. La supresión judicial o legal de la crítica, de la revisión, del cuestionamiento que pueden amenazar las cosas sobre las que construimos nuestras vidas, es un camino ya recorrido por Occidente, una ruta que no condujo a ningún buen destino. Es más, es el atajo que usan siempre los totalitarios para aplastar la libertad y el debate.

Si alguien cree que Irving miente, no debería combatir la mentira condenándolo al linchamiento mediante la instrumentación de la histeria colectiva, sino, simplemente, discutir sus afirmaciones presentando mejores evidencias.

Y si de los datos surge la desgracia de que Irving no miente, entonces lo correcto es, por más antipático que nos parezca, admitir la verdad y construir sobre ella.

La política anti judía en Europa es condenable desde que los cristianos la propusieron, en el siglo I. La culminación de esa política, con las leyes anti judías de Nuremberg, establecidas por Hitler, es repugnante independientemente del Holocausto, aunque este la agrava.

Y los que, tratando de anular la controversia científica sobre los hechos, pretenden limitar la condena a Hitler solamente al Holocausto, pueden estar buscando minimizar los aspectos más profundos del problema, de los que el Holocausto es mera consecuencia, como esas leyes de Nuremberg, copiadas de las que el catolicismo estableció contra los judíos en España.