Ha sido condenado el historiador inglés David Irving por el cargo de
"racista denegador del Holocausto", en base a las imputaciones de la
historiadora norteamericana Deborah Lipstadt quien lo acusó por "usar datos
verdaderos" para instrumentar la historia y disminuir la responsabilidad criminal del
régimen nacional-socialista alemán y de Adolfo Hitler en la comisión del genocidio.
Irving sostuvo que no hubo seis millones de judíos muertos, sino un
millón; que Hitler no ordenó la "solución final" en 1941 sino en 1943; que no
hubo cámaras de gas en Auschwitz, sino "eliminación profiláctica de
tuberculosos" entre otras afirmaciones que se contraponen violentamente a la verdad
oficial.
La condena se produjo en el juicio iniciado a raíz de que Irving
querelló a Lipstadt por calumnias e injurias debido a que en una obra de esta última se
afirma que Irving es un admirador de Hitler.
Irving era un reputado historiador de la Segunda Guerra Mundial,
algunos de cuyos estudios alcanzaron gran consideración por su seriedad y buena
documentación.
Siempre he dado por sentada la veracidad del Holocausto, pero cuando
veo que la historia oficial debe ser defendida mediante decretos judiciales y
criminalizaciones empiezo a abrigar algunas dudas.
Si el historiador Irving ha sido capaz, como afirman sus detractores,
de usar datos verdaderos que cuestionan la verdad oficial en beneficio de sus prejuicios
ideológicos, la solución no es volver a la Edad Media, como se hace en Alemania, donde
es un crimen pensar que el asunto del Holocausto puede ser revisado.
La ciencia, y la decencia, no admiten esa actitud represiva, más digna
de Hitler que de sus víctimas. La supresión judicial o legal de la crítica, de la
revisión, del cuestionamiento que pueden amenazar las cosas sobre las que construimos
nuestras vidas, es un camino ya recorrido por Occidente, una ruta que no condujo a ningún
buen destino. Es más, es el atajo que usan siempre los totalitarios para aplastar la
libertad y el debate.
Si alguien cree que Irving miente, no debería combatir la mentira
condenándolo al linchamiento mediante la instrumentación de la histeria colectiva, sino,
simplemente, discutir sus afirmaciones presentando mejores evidencias.
Y si de los datos surge la desgracia de que Irving no miente, entonces
lo correcto es, por más antipático que nos parezca, admitir la verdad y construir sobre
ella.
La política anti judía en Europa es condenable desde que los
cristianos la propusieron, en el siglo I. La culminación de esa política, con las leyes
anti judías de Nuremberg, establecidas por Hitler, es repugnante independientemente del
Holocausto, aunque este la agrava.
Y los que, tratando de anular la controversia científica sobre los hechos, pretenden
limitar la condena a Hitler solamente al Holocausto, pueden estar buscando minimizar los
aspectos más profundos del problema, de los que el Holocausto es mera consecuencia, como
esas leyes de Nuremberg, copiadas de las que el catolicismo estableció contra los judíos
en España.