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Plebiscito

Enrique Vargas Peña

11 de agosto de 2000

 

        Los paraguayos tenemos el 13 de agosto una oportunidad histórica que, como todas ellas, está llena de riesgos y minada de peligros. De hecho, se trata de una crisis que tenemos que resolver. La elección a la que estamos llamados a concurrir en dicha fecha puede ayudarnos a resolver la crisis o, si no hacemos lo correcto, nos sumirá en un negro abismo de infortunios.

        Esta elección no es únicamente, ni principalmente, entre Julio César Franco y Félix Argaña. Es un plebiscito sobre el régimen inaugurado el 28 de marzo de 1999. Y en este plebiscito debemos responder a una pregunta simple y directa: ¿merecemos una nueva oportunidad de vivir decentemente?

        La búsqueda de una respuesta para esa pregunta pasa por hacernos a nosotros mismos, cada uno en su más protegida intimidad, otra pregunta, igual de simple, igual de directa: ¿estamos hoy, domingo 13 de agosto de 2000, mejor o peor que el domingo 28 de marzo de 1999?

        ¿Estamos hoy mejor o peor que hace un año?

        No importa a qué partido pertenezcamos. No importa cuándo nos hemos afiliado, ni si nuestros padres, abuelos o tíos son los que nos enseñaron a amar la bandera de su grupo político.

        Hoy, ahora, por esta vez, importa más que nuestros partidos, mucho más, si estamos mejor o si estamos peor que hace un año, porque lo que se define en esta elección es si nos damos una nueva chance o si persistimos en el camino en el que estamos.

        Hoy, ahora, importa más la suerte que correrán nuestros hijos, nuestros trabajos, el valor de nuestro dinero, la calidad de nuestra vida. Eso, y no si mandan los colorados o los liberales, es lo que se decide hoy.

        Hay gente que, conociendo la importancia de esta elección, sabiendo que se decide mucho más que la vicepresidencia de la República, está desde hace tiempo ya comprando los votos de los ciudadanos para impedir que los paraguayos conozcamos la voluntad popular.

        La compra de votos se  realiza enviando a votar a un lacayo que retira la boleta firmada por los fiscales de mesa y no la deposita en la urna sino que la trae de vuelta a un puesto de operaciones. Esa boleta se marca con el nombre del candidato que esa gente desea ver triunfante y se la entregan a otro ciudadano con la promesa de que si deposita ese voto marcado y trae otra boleta en blanco y firmada, recibirá una tentadora suma de dinero.

        Y así sucesivamente, en todas las mesas de todo el país. Y métodos como ese, muchos, que la famosa Organización de Estados Americanos se niega a ver o a oír. Como las embajadas brasilera y norteamericana que ven los fraudes solamente cuando les conviene.

        Pagan buen dinero para violar la voluntad popular.

        Pero aún las víctimas de estos ladrones pueden contribuir a establecer una decisión genuina en esta elección, embromando a quienes se aprovechan de su necesidad: pueden agregar marcas a las boletas que reciben, para anular ese voto que se les quiere obligar a dar. Los ladrones no pueden enterarse y sus víctimas podrán recibir el dinero prometido.

        El plebiscito del 13 de agosto decidirá la suerte de toda una generación de paraguayos. Es importante, pues, que cada uno de nosotros haga, sobreponiéndonos al miedo, con seguridad, todo lo que esté a su alcance no solamente para expresar su voluntad, sino para asegurar que esa expresión sea respetada.  

 

    

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