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Revolución y democracia

Enrique Vargas Peña 

11 de mayo de 2001

            El proceso político venezolano protagonizado por Hugo Chávez, que tantas esperanzas ha despertado en América Latina, está ingresando en una etapa que puede terminar en una desgracia.  

            Chávez se encuentra en una encrucijada. Cree que no puede solucionar los problemas sociales para cuya solución fue elegido con la legalidad vigente que, sin embargo, diseñó él mismo.

            El presidente venezolano no puede alegar que no se le dio todo lo que pidió. Se le dio todo y mucho más. Desde una Constitución hasta poderes especiales económicos.

            Sin embargo ahora insunúa decretar el estado de excepción y habla de usar la vía armada. El presidente del Movimiento al Socialismo, grupo que forma parte de la coalición chavista, le ha preguntado abiertamente si dejó de creer en la vía democrática. La respuesta de Chávez no pudo ser más ominosa: expulsó al MAS de su alianza.

            Por qué supone Chávez que lo que no pudo hacer con el enorme poder que ya tiene podría hacerlo con aún más poder? Y por qué debe alguien creer que Chávez, investido del poder absoluto, podrá escapar del axioma de Lord Acton ("el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente")?

            Chávez no es un extraterrestre. Con el poder absoluto será igual o peor a todos los demás seres humanos que tuvieron la desgracia de poseerlo. El hecho de haber capitalizado todo el descontento de los venezolanos con su anterior régimen político no convierte a Chávez en una especie de ángel ajeno a las tentaciones que el poder genera.

            El éxito de una revolución, y sus posibilidades de sobrevivir y proyectarse, se mide por la solidez de las instituciones que genera. Esta, a su vez, depende del grado de participación que el pueblo tiene en ellas y en la dirección de todo el proceso.

            Las revoluciones socialistas del pasado siglo, que parecían tan sólidas en fecha tan tardía como 1970, se derrumbaron como un castillo de naipes al cabo de veinte años porque fueron incapaces de crear mecanismos institucionales de participación popular y originaron, por tanto, oligarquías explotadoras tan odiosas e injustas como aquellas que habían reemplazado.

            Algo semejante ocurrió con la Revolución Francesa, admirable explosión que terminó sepultada por Bonaparte porque no se animó a ser fiel a sí misma al negar al pueblo el ejercicio continuado del poder.

            No hay revolución sin democracia y Chávez comete un trágico error al olvidarlo. Es más, en realidad, la democracia es la revolución.

            El error de Chávez es más trágico aún porque los políticos corruptos que fueron desplazados del poder por el voto del pueblo a través de la Revolución Bolivariana podrán decir nuevamente que ellos y toda la podredumbre que representan son los defensores de la libertad.

    

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