Las discusiones que existen sobre el futuro paraguayo discurren
generalmente sobre dos posibilidades y sólo dos: el triunfo del régimen
o la derrota del régimen.
Cada una de estas opciones es pintada de diversas maneras. Los
partidarios de la dictadura suponen que su triunfo traerá al país la
estabilidad que necesita para salir del pozo. Los opositores creen que
el suyo propio abrirá las puertas de un renacimiento democrático.
Sin embargo, hay una tercera opción, que nadie parece
considerar: la del empate, el estancamiento perpetuo que, en realidad,
es una involución sin fin.
Esto es diferente a lo que los opositores suponen que sucederá
con el triunfo de la dictadura, que describen como un camino hacia el
autoritarismo generando, en consecuencia, un riesgo de atraso.
El empate impele a una parálisis que conduce necesariamente al
atraso.
En el empate, la situación produce una dilación en la toma de
decisiones; produce lenidad cuando las decisiones han sido al fin
tomadas; produce impunidad para quienes actúan al margen de dichas
decisiones.
La sociedad se deshace en sus componentes diversos, se feudaliza,
y cada uno trata de sobrevivir como puede, y cada vez más eso significa
mediante la fuerza.
El esfuerzo nacional, si cabe tal expresión para definir la suma
organizada de los esfuerzos individuales que existe en una sociedad
ordenada, es reemplazado por un conjunto informe de esfuerzos centrífugos
que implican un deterioro de las condiciones generales de vida, aún
cuando alguno de aquellos tenga éxito.
El empate se debe, más que a una imposibilidad de imponerse de
una de las fuerzas en disputa, al agotamiento de ambas, en las que se va
reemplazando la voluntad de luchar por la voluntad de acomodarse lo
mejor que sea posible a la situación.
Al final, todos terminan pareciéndose unos a otros y el Paraguay
terminará en la situación de Haití: un tránsito largo, cansino, abúlico,
hacia la miseria crónica que caracteriza a algunos países del mundo,
especialmente a los que están en el África subsahariana.
Los efectos de este destino lamentable están aún disimulados
por los eventuales empujones que recibimos de las economías brasileña
y argentina, que generan la ilusión de estar todavía en un mundo que
avanza.
Pero los síntomas de la realidad se hacen cada vez más
evidentes, con la exclusión social observable ya a las puertas de
Asunción, el atraso tecnológico afectando ya todas nuestras
actividades y la desaparición de bienes de consumo de los mercados que
ya no los traen porque carecen de demanda.
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