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Prospectiva

Enrique Vargas Peña

10 de octubre de 2000

  

Existe un consenso en el Paraguay, compartido por todos los observadores, acerca de que de persistir en el presente curso de acción, el país sufrirá un colapso como pocas veces en su historia.

Hay diferencias en los detalles, unos dicen que será antes, otros después, unos hablan de revolución, otros de haitianización, pero todos coinciden en que habrá un desenlace muy doloroso en algún momento del futuro.

No se trata solamente del presupuesto 2001 presentado por el Poder Ejecutivo, tampoco de la división del oficialismo, ni de la arbitrariedad reinante; no es la influencia de Estados Unidos, ni algún defecto racial de los paraguayos, ni el sistema institucional perverso.

Todas esas cosas están presentes, claro, y son elementos fundamentales de la crisis, pero no la explican satisfactoria o completamente.

La crisis paraguaya es, a mi juicio, más profunda. Es una crisis moral, y no estoy hablando aquí de religión, ni de violación de los mandamientos de Moisés.

En el Paraguay somos incapaces de fijarnos compromisos con la intención de respetarlos. Cuando por casualidad los fijamos, es para ganar algún tiempo a alguien. Esa es la razón por la que ningún pacto funciona, ni siquiera los matrimoniales. Y esa es la razón por la que no podemos constituirnos en sociedad, en el sentido real del término.

Somos habitantes del estereotipo hollywoodense del viejo Oeste norteamericano, un lugar sin ley al que cada uno llega para sacar el máximo provecho posible sin intención alguna de permanecer en él más que lo estrictamente necesario.

Por eso aquí también se vive en la superficie de las cosas. Hasta cuando se dice que se ama se miente, pues lo único que se busca es pasar el rato.

Estamos quebrados, no porque tengamos un presupuesto de locos, divisiones políticas, injusticias. Lo estamos porque no hay moral. El presupuesto es de locos porque es para pagar favores, estamos políticamente divididos porque se disputan la llave del Erario, se sufren injusticias porque se las usa contra los competidores.

Los príncipes italianos del Renacimiento vivían sin un sistema moral y algunos vivieron bien. Pero tenían una especie de sustituto, que al menos suavizaba las cosas: cultura.

Aquí, no solamente no hay moral. También falta la cultura, por lo que el paisaje es completamente sórdido. Los paraguayos ni siquiera hemos producido algún remedo provinciano de Maquiavelo, capaz de justificar este modo de vida. Hay quien se conforma todavía con decir que de 1954 a 1989 este era “un país en serio” (sic).

Los detalles del hundimiento del Paraguay podrán variar, sin que ello pueda modificar el hecho del naufragio y, para los efectos de nuestra existencia como nación, da lo mismo que terminemos en un lodazal de miseria africana o que nos gobierne algún delegado extranjero.

   

   

 

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