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Fraude funcionando

Enrique Vargas Peña

10 de agosto de 2000

    

El reiterado uso de los bienes estatales a favor del candidato Félix Argaña importa en sí mismo un fraude electoral, pues se niega a los candidatos la igualdad de oportunidades que una elección democrática exige como condición de su carácter.

         Si esa igualdad no existe, la elección no es, sencillamente, democrática. Será una votación semejante a las que se realizan periódicamente en Cuba o en Perú, pues el electorado no habrá podido acceder a las ofertas electorales necesarias para realizar una elección informada.

         Será, en realidad, una elección semejante a las que organizaba en el Paraguay en general Alfredo Stroessner, de las que mucha gente guarda aún fresco recuerdo.

         Los bienes del Estado los pagan todos los contribuyentes paraguayos, sean del partido que fueran, por lo que usarlos en beneficio de uno solo de los candidatos agrega a lo anterior un elemento de irritación, de injusticia, que hace más insoportable aún la situación.

         Sin embargo, ante la flagrancia en la violación de la Constitución y las leyes, de la ética y la decencia, ante el fraude electoral funcionando delante de todos, ni la administración de justicia electoral ni la famosa misión de la Organización de Estados Americanos han dicho una sola palabra que condene al menos moralmente esta vergüenza.

         Esa es la prueba evidente, evidente por sí misma, de lo que cabe esperar de las elecciones del 13 de agosto.       

         Lo menos que puede decirse de la administración de justicia electoral es que está sumergida en una pusilanimidad antológica, si es que no se trata de una parcialidad manifiesta a favor del beneficiario del uso de los recursos públicos.

         La pusilanimidad es una forma de ineptitud con la que se está prestando un servicio deficiente al pueblo paraguayo.

         Consecuentemente, en uno u otro caso, los señores de la administración de justicia electoral deberían renunciar. 

         Pero no lo harán, no solamente porque, extrañamente, no lo reclaman las supuestas víctimas (los demás candidatos), supuestas porque la víctima real es la voluntad popular. 

 

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