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Cinismo y dependencia

Enrique Vargas Peña

09 de junio de 2000

   

        La Organización de Estados Americanos (OEA) reconoció, para todos los efectos prácticos, la promoción del presidente peruano Alberto Fujimori para un tercer período al mando de su país.

         De nada sirvieron los informes realizados por una comisión de observación de la propia OEA, ni las constataciones de otros observadores, ni los reclamos de la población peruana, acerca de las irregularidades masivas, sistemáticas, continuas, que viciaron el proceso electoral que sirve de fachada a Fujimori.

         No solamente se observaron irregularidades técnicas, como ser falta de fiscalización del escrutinio o boletas de voto mal impresas; sino políticas, como el hostigamiento a los candidatos opositores; judiciales, como la destitución de jueces independientes; y constitucionales, como la exclusión de la oposición de los medios masivos de comunicación.

         De nada sirvió verificar todo eso. Los países de la OEA, entre ellos Paraguay, cerraron los ojos y abandonaron al pueblo peruano.

         Las excusas para esta conducta latinoamericana son parecidas o equivalentes a las que, sin ponerse colorada, esgrimió la vicecanciller nacional, Julia Velilla, para justificar el apoyo paraguayo a Fujimori: Paraguay votó por Fujimori a cambio del compromiso de extender al Perú la proscripción de Lino Oviedo.

         Al menos eso es lo que da a conocer el diario Ultima Hora.

         Y después de confesar que la democracia peruana les interesa un rábano, el canciller nacional, Juan Aguirre, se atrevió todavía a expresar su satisfacción porque la OEA convertirá a América Latina en una región libre de golpistas.

         Libre de golpistas y libre de democracias, debió decir.

         La resolución de la OEA pasando por alto las irregularidades de las que se valió Alberto Fujimori para obtener un tercer mandato presidencial consecutivo en Perú es trágica para las democracias de América Latina, que se van convirtiendo, una a una, en remedos orquestados desde Washington, con la necia complicidad de las que momentáneamente sobreviven.

         Cayó primero Ecuador y nadie dijo nada. Caímos después nosotros y todos aplaudieron. Ahora Perú. Más temprano que tarde, el resto. Todo avalado por la OEA.

         Los que se resisten a la parodia son golpistas. Los que admiten el fraude, la exclusión, el autoritarismo, son “demócratas”.

         Mientras tanto, Estados Unidos, que es el aliado clave de Fujimori y de los regímenes ecuatoriano y paraguayo, se lava las manos, pues el trabajo sucio lo delegó esta vez en Fernando Henrique Cardoso y Fernando de la Rúa, quienes recurrieron a no se sabe qué principio de estabilidad.

         El candidato opositor peruano Alejandro Toledo “tuvo una conducta errática” dijeron, para justificar la traición a millones de latinoamericanos a los que con esa excusa se les niega el derecho a elegir gobernantes.

Clinton, Cardoso y De la Rúa se han convertido en los jueces que determinan, prescindiendo de las reglas democráticas y de lo que deseamos nosotros, el pueblo,  si Bucaram, Oviedo o Toledo pueden o no gobernar.

 

 

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