Según la prensa oficialista paraguaya, la ex embajadora de
Estados Unidos en nuestro país, Maura Harty, ha sido nombrada como
una especie de jefe de gabinete del secretario de Estado de Estados
Unidos, Collin Powell.
Para quienes abrigaban todavía alguna ilusión acerca de la
manera en que se maneja la política norteamericana, el nombramiento
de Harty es una especie de baldazo de cubos filosos de hielo.
La señora Harty cumplió e Paraguay a rajatabla, y de manera
completamente exitosa, la misión que le fue encomendada por sus
superiores y por esa razón ha sido
promovida
en el Departamento de Estado.
Lo que este nombramiento confirma es lo que desde hace mucho
tiempo vienen denunciando todas las víctimas de la política
exterior norteamericana: que la acción externa de Estados Unidos se
realiza al margen de consideraciones morales; que la realizan
funcionarios sin escrúpulos y que es completamente contraria a las
ideas que rigen dentro de ese país.
El nombramiento de Harty debe enseñar a quienes esperan de
Estados Unidos el tipo de liderazgo moral que ese país dice tener,
que no cabe buscar en el gobierno norteamericano más que una cruda
realpolitik en la que la democracia es solamente una pantalla
con la que disfraza a quienes le sirven.
No es accidente que los norteamericanos hayan mantenido a las
más sórdidas dictaduras del continente disfrazadas, todas, bajo
fachadas más o menos democráticas, ni que hasta hace muy poco
hayan avalado sin el menor reparo al régimen de Alberto Fujimori en
Perú.
Esa es la razón por la que las fuerzas democráticas
paraguayas deben entender que la libertad del Paraguay no puede
depender del favor de la embajada norteamericana, sino que debe ser
resultado de la fuerza que la propia nación paraguaya sea capaz de
invertir en el esfuerzo de conquistar y asegurar su autogobierno.
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