El
celebrado escritor peruano Mario Vargas Llosa está lamentando la
falta de solidaridad democrática de los países de América Latina
con los demócratas peruanos, aplastados en el suyo por una
dictadura perversa, la que estableció el 5 de abril de 1992 el señor
Alberto Fujimori.
Los países latinoamericanos, en efecto, miraron para otro
lado durante el proceso electoral en curso en Perú, para designar
presidente de la República y nuevo Congreso, realizado en
circunstancias muy extrañas, por decir lo menos.
En el Perú de Fujimori, la oposición no tiene acceso a los
medios de comunicación televisivos de señal abierta; estos medios
se encuentran completamente al servicio del régimen y el que se le
oponía, perteneciente a Baruch Ivcher, le fue expropiado mediante
una grosera instrumentación del Poder Judicial.
En el Perú de Fujimori, los jueces que fallaron afectando
los intereses y deseos del régimen fueron destituidos sin mayores
trámites y reemplazados por otros, abyectos, para tranquilidad de
la autocracia.
En el Perú de Fujimori, un rebaño disfrazado de mayoría
legislativa otorgó al déspota una ley de interpretación auténtica
de la Constitución mediante la que se le hace decir que las dos
veces que una persona puede ser presidente son iguales a las tres
veces que lo será, casi sin dudas, el dictador peruano.
Ante
todos estos casos escandalosos, para no hablar de los referidos a la
tortura de presos, espionaje interno, etc., los países de América
Latina se quedaron mudos, están quietos y hay incluso algunos, como
Brasil, que no ven en ellos problema alguno para la democracia
peruana.
Ocurre
que el régimen de Fujimori nació con la bendición de Estados
Unidos, que desactivó con respecto a Perú todos los mecanismos que
se habían establecido en el sistema interamericano para la defensa
de la democracia.
El general William E. Odom, que trabajaba entonces en el
entorno del presidente Clinton, definió la instalación del régimen
de Fujimori como una buena dictadura, necesaria para desmontar
privilegios oligárquicos sin cuento que trababan el desarrollo
peruano.
Estados Unidos, al mismo tiempo, ejerce un papel tutelar en
numerosos países de América Latina, dictando, literalmente, la política
exterior de los mismos, como se ha comprobado recientemente con el
voto que Argentina tuvo que dar sobre Cuba en Naciones Unidas,
contrario a lo que había prometido durante su campaña electoral el
presidente Fernando de la Rúa.
Consecuentemente, la bendición norteamericana a Fujimori fue
razón suficiente para que los gobiernos latinoamericanos tiraran
por la borda toda la enorme cantidad de declaraciones, resoluciones,
discursos, decretos, reconocimientos, reflexiones, obras y reuniones
que había realizado para evitar sucesos como los que afectaban a
Perú, y aceptaran, todos, al nuevo dictador como uno más entre
ellos, sin perjuicio de seguir excluyendo al régimen cubano con la
excusa de toda esa cháchara democrática que sólo se usa cuando
Washington da permiso.
Vargas Llosa lamenta ahora eso, y está bien que lo haga,
pero debería recordar que él también forma parte del coro de
mudos dirigido por Clinton cuando se trata de otras dictaduras también
establecidas por Estados Unidos, como la que ahora sufre el
Paraguay.
Cuando llore también por ella, Vargas Llosa tendrá más
autoridad.
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